José (patriarca) HISTORIA y ACTIVIDADES


 José es el último personaje que en la Biblia aparece dentro del Génesis. Con su muerte en el cap.50 termina el Génesis.

hebreo tiberiano Yôsēp̄; en árabe, يوسف Yūsuf oYūsif; en griego antiguo, Ἰωσήφ, Iōsēph) es un personaje importante del libro bíblico del Génesis, ancestro de dos tribus de Israel.

Según el relato, fue uno de los doce hijos de Jacob. Había nacido de Raquel, la esposa amada de Jacob y era el hijo preferido de su padre; sus hermanos, nacidos de Lea o de las concubinas de Jacob, lo envidiaban por eso, al punto de venderlo como esclavo. Fue llevado a Egipto donde, después de ser acusado injustamente de adulterio por su dueña, estuvo en prisión. Al interpretar un sueño profético del Faraón, fue liberado y elevado a la categoría de chaty. En tiempos de hambruna salvó al pueblo egipcio e hizo entrar en el país a su familia, perdonó a sus hermanos y les otorgó el país de Gosén, donde se convertirían en el pueblo de Israel.

Sus hijos Efraín y Manasés, nacidos de la egipcia Asenat, constituyeron dos de las doce tribus de Israel, conocidas como Casa de José, siendo las más importantes del Reino de Israel y ancestros de los actuales samaritanos. José es visto entre los musulmanes como un profeta de Dios.

La investigación histórica lo considera un héroe epónimo, cuya leyenda fue elaborada en forma de relato sapiencial.

Nacimiento y juventud
Diego Velázquez, La túnica de José, 1630. Monasterio de El Escorial, Madrid.
José fue el undécimo hijo de los doce que tuvo Jacob, y su madre fue Raquel. Jacob lo amaba más que a sus otros hijos y ello produjo la envidia de sus hermanos. José tenía a su vez sueños en los que aparecía alzado por encima de éstos y prediciendo lo que iba a suceder en el futuro. Por ser el favorito y quien Jacob quería que fuese su sucesor, el tercer patriarca hebreo le elaboró una túnica de colores que lo distinguía, hecho que enfureció aún más a sus hermanos, quienes buscaron entonces una ocasión para vengarse. Un día sus hermanos llevaron a sus animales a pastar en un lugar lejano a sus tiendas. Al pasar el tiempo y ver que no regresaban, Jacob envió a José a buscarlos y verificar que se encontraban bien. Sus hermanos, al ver desde lejos que venía José, planearon matarlo. Rubén, el mayor, intentó convencerlos de que no era buena idea, pero cuando José llegó lo arrojaron a un pozo de agua vacío y lo tuvieron atrapado hasta decidir qué hacer con él. Al día siguiente pasó por ese lugar una caravana de mercaderes que se dirigían a Egipto y los hermanos de José lo vendieron como esclavo. De regreso con Jacob, mintieron al patriarca diciendo que solo habían encontrado la túnica de José, la cual habían embebido en sangre de cordero para hacerle creer a Jacob que había sido atacado por un lobo, bestia que supuestamente lo había matado. Jacob lloró la muerte de su querido hijo desconsoladamente. Así fue como José partió de Canaán para llegar luego a Egipto.

Vida en Egipto
Esclavo de Potifar

En Egipto, la tradición que arranca de las obras de Josefo lo ubica en el llamado período de los hicsos, momento en que José fue vendido y llevado a la casa de un funcionario llamado Potifar. Este le confió la administración de su casa. Según el relato bíblico, la esposa de Potifar intentó seducirlo, para lo cual lo llamó a su habitación y le propuso tener relaciones sexuales; el joven hebreo se resistió y salió de la habitación dejando su manto. La esposa de Potifar, al no lograr su objetivo, lo acusó de intentar aprovecharse de ella, mostrando como prueba el manto. Potifar, en consecuencia, lo envió a prisión.

Interpretación de los sueños del copero y del panadero
En la cárcel, José se encontró con el copero y el panadero del Faraón, quienes fueron a parar allí acusados de robar una copa de oro perteneciente al Faraón. Ambos habían tenido sueños misteriosos, y José les pidió que se los contasen porque él era capaz de interpretarlos.

El copero le contó que en su sueño exprimía tres racimos de uva en la copa del Faraón, lo cual José interpretó como que dentro de tres días sería declarado inocente, recuperando su puesto. En consecuencia le solicitó que hablase a su favor con el monarca.

El panadero le pidió que también interpretara su sueño, en el cual las aves devoraban el contenido de tres canastas llenas de panes. José explicó que dentro de tres días el panadero sería ejecutado y los pájaros se comerían su cuerpo.

Todo se cumplió según lo predicho por José. No obstante, al verse libre, el copero se olvidó de José.

Interpretación de los sueños del Faraón
Biblia de Alba, manuscrito miniado sefardí, biblia hebraica traducida al romance, 1422-1433, fol. 49r: José interpreta los sueños del Faraón en Egipto. Inscripción: "Figura de Josep con su rroquete labrado a escaques".

José reside en Egipto, acuarela decimonónica de James-Jacques Tissot. Museo Judío de Nueva York.

Al cabo de dos años, el Faraón soñó que se encontraba en las riberas del Nilo, y del agua subían siete vacas gordas que pacían en la orilla; a continuación subían del agua otras siete vacas, flacas, y devoraban a las primeras, sin engordar por ello. El Faraón despertó entonces, pero al volver a dormirse soñó que de una caña de trigo brotaban siete espigas llenas de grano, pero tras ellas brotaban otras siete espigas, vacías y quemadas por el viento del desierto, que devoraban a las primeras. Al día siguiente, el Faraón se encontraba atormentado por sus sueños; consultados los sabios de Egipto, ninguno fue capaz de interpretarlos.

El copero se acordó entonces de José y le contó a Faraón lo ocurrido en la cárcel. Así pues, el Faraón mandó llamar a José a su presencia. Cuando sacaron a este de la cárcel, le cortaron el pelo y le dieron ropas nuevas antes de presentarse ante el Faraón. Este le dijo: "He tenido un sueño y no hay quien me lo interprete, y he oído hablar de ti, que en cuanto oyes un sueño lo interpretas". José respondió a su vez: "No yo; Dios será el que dé una respuesta favorable al Faraón". El Faraón dijo entonces a José: "Éste es mi sueño: estaba yo en la ribera del río, y vi subir del río siete vacas gordas y hermosas, que se pusieron a pacer en la verdura de la orilla, y he aquí que detrás de ellas suben otras siete vacas, malas, feas y flacas, como no las he visto de malas en toda la tierra de Egipto, y las vacas malas y feas se comieron a las primeras siete vacas gordas, que entraron en su vientre sin que se conociera que habían entrado, pues el aspecto de aquéllas siguió siendo tan malo como al principio. Y me desperté. Vi también en sueños que salían de una misma caña siete espigas granadas y hermosas, y que salían después de ellas siete espigas malas, secas y quemadas del viento solano, y las siete espigas secas devoraron a las siete hermosas. Se lo he contado a los adivinos, y no ha habido quien me lo explique".

José dijo al Faraón: "El sueño del Faraón es uno solo. Dios ha dado a conocer al Faraón lo que va a hacer. Las siete vacas hermosas son siete años, y las siete espigas hermosas son siete años de riqueza y abundancia. Las siete vacas flacas y malas que subían detrás de las otras son otros siete años, y las siete espigas secas y quemadas del viento solano son siete años de hambre. Es lo que he dicho al Faraón, que Dios le ha mostrado lo que hará. Vendrán siete años de gran abundancia en toda la tierra de Egipto, y detrás de ellos vendrán siete años de escasez, que harán que se olvide toda la abundancia en la tierra de Egipto, y el hambre consumirá la tierra. No se conocerá la abundancia en la tierra a causa de la escasez, porque ésta será muy grande. Cuanto a la repetición del sueño a Faraón por dos veces, es que el suceso está firmemente decretado por Dios y que Dios se apresurará a hacerlo. Ahora, pues, busque el Faraón un hombre inteligente y sabio, y póngalo al frente de la tierra de Egipto. Nombre el Faraón intendentes, que visiten la tierra y recojan el quinto de la cosecha de la tierra de Egipto en los años de abundancia; reúnan el producto de los años buenos que van a venir, y hagan acopio de trigo a disposición del Faraón, para mantenimiento de las ciudades, y consérvenlo para que sirva a la tierra de reserva para los siete años de hambre que vendrán sobre Egipto, y no perezca de hambre la tierra".

Todos parecieron conformes con las palabras de José, y el propio Faraón, impresionado por ello, dijo: "Tú serás quien gobierne mi casa, y todo mi pueblo te obedecerá; sólo por el trono seré mayor que tú". Dicho esto, el Faraón se quitó su anillo y se lo puso a José, mandó que lo vistieran con ropas blancas de lino, puso en su cuello un collar de oro y ordenó que, cuando José montase sobre el segundo de los carros del Faraón, se gritase ante él la expresión de reverencia bbrek y que se le llamase Zafnat Paneaj, que significa aproximadamente "Dios habló y él vino a la vida". Finalmente, el Faraón le entregó por esposa a Asenat, hija de Potifera, sacerdote de On.

Pasó el tiempo, y antes de que llegasen los años de escasez José tuvo dos hijos varones con su esposa Asenet. Llamó al mayor Manasés, pues se dijo "Dios me ha hecho olvidar todas mis penas y toda la casa de mi padre", y al menor Efraín, pues decía: "Dios me ha dado fruto en la tierra de mi aflicción", pero jamás olvidó a su padre y hermanos, y nunca perdió la esperanza de volver a verlos.

Reencuentro con sus hermanos y su padre
Al acabar los siete años de abundancia en Egipto, llegó el hambre, y el pueblo clamaba al Faraón, que les decía que fueran a José e hiciesen lo que él dijera. Mucha gente fue a comprarle trigo a José, no sólo de Egipto, sino también de otras tierras.

El hambre también golpeó las tierras de Canaán, y en especial Beerseba, donde vivía Jacob con su gente. Enterados de que en Egipto había trigo, envió a sus diez hijos mayores a Egipto dejando a Benjamín, el menor de todos, a su lado. Los diez hermanos llegaron hasta la corte del Faraón para pedir ayuda, y se presentaron ante José, al que no reconocieron porque estaba muy cambiado y además vestía como egipcio.

Pero José sí los reconoció a ellos, pero disimuló y les preguntó a través de un intérprete de dónde venían. Sus hermanos le contestaron que venían de Canaán para comprar alimentos, pero él los acusó de ser ladrones y espías. Ellos, consternados, le contestaron que todos eran hermanos, hijos de Jacob. José les replicó “¿Cómo puede ser un hombre tan rico en hijos?”, y ellos explicaron que en realidad eran once hermanos, pero que el menor de todos se había quedado con su padre. José mandó encerrar a sus hermanos en la cárcel durante tres días, y durante este período ellos reflexionaron sobre todo el mal que le habían hecho a José. Este, que los escuchaba, tuvo que retirarse debido a la emoción que le causaban sus palabras. Al cabo de los tres días, José los liberó y declaró que llevarían trigo a Canaán, pero, para demostrar la veracidad de sus palabras, deberían volver y traer consigo al hijo menor, Benjamín. Mientras tanto, tomó a Simeón como rehén y lo encerró. Además, metió en las alforjas de sus hermanos el dinero que ellos habían pagado por el trigo.

Cuando regresaron a Canaán, los hermanos quedaron consternados al ver en sus alforjas el dinero que habían pagado, y temieron que los egipcios pudiesen utilizar esta situación para convertirlos en esclavos y despojarlos de sus bienes. Le contaron todo lo sucedido a su padre, y Jacob se entristeció por Simeón, pero les contestó que no iban a volver a Egipto con Benjamín porque ya había perdido a José y no soportaría perder también a Benjamín, el único hijo que le quedaba. Pero la sequía y escasez continuaron y, tras mucho insistir, Rubén y Judá consiguieron que Jacob transigiera, y los hijos de Jacob volvieron a Egipto con Benjamín.

Al volver a Egipto, los hijos de Jacob fueron recibidos por el mayordomo de José, que les dijo que no debían preocuparse por el dinero y además los reunió con Simeón. Todos fueron invitados a la casa de José, a quien le dieron regalos de parte de su padre. José se alegró especialmente de ver a Benjamín después de tanto tiempo, hasta el punto de retirarse a sus habitaciones a llorar de la emoción. Tras recuperarse, José invitó a sus hermanos a un banquete, en el que los acomodó por orden de edad. Al ver esto, se sorprendieron mucho, pero el mayordomo de José les explicó que pudo adivinarlo gracias a su copa de plata, que era mágica. Todos comieron y bebieron felizmente; en especial Benjamín, que recibió más y mejor comida que sus hermanos.

Mapa con las doce tribus israelitas, 1200-1050 a. C.
El territorio correspondiente a José le fue otorgado a sus dos hijos, quienes formaron la Tribu de Manasés y la Tribu de Efraín, cuyos territorios figuran en el centro del mapa, en color verde manzana y crema, respectivamente.


Cuando los esclavos estaban llenando de trigo las alforjas de los hermanos, José decidió ponerlos a prueba e introdujo su copa de plata en las alforjas de Benjamín. Cuando los hermanos ya se marchaban de la ciudad, fueron alcanzados por los soldados, que los acusaron del robo de la copa. Estos negaron el hecho, pero los soldados revisaron las alforjas y, para sorpresa de los hijos de Jacob, la copa apareció en la de Benjamín. Entonces los soldados anunciaron que los demás podían seguir su camino, pero que el ladrón debía quedarse. Ninguno de sus hermanos quiso aceptar esto, y todos volvieron con José, quien les recriminó que defendiesen a un ladrón y los instó a volver a su tierra. Sin embargo, sus hermanos replicaron que preferían morir que ver sufrir nuevamente a su padre, quien ya había sufrido el dolor de la pérdida de un hijo predilecto y no podría volver a soportarlo.

Entonces, José expulsó a los soldados y a los esclavos y rompió a llorar a gritos, con tanta fuerza, que sus llantos se oyeron hasta en el palacio del Faraón. Al ver que habían cambiado y que estaban dispuestos a dar la vida por su hermano menor, José por fin se dio a conocer a sus hermanos. Estos enmudecieron de asombro y de miedo al pensar que, probablemente, querría vengarse de ellos, pero José los calmó, diciendo: “No os preocupéis, que todo fue obra de Dios, era necesario que yo viniese a Egipto para que nuestro pueblo, Israel, sobreviviera en este tiempo de escasez y hambruna”.

Al enterarse el Faraón de lo sucedido, mandó a decir a José que invitase a Egipto a Jacob y a su pueblo, pues deseaba regalarles tierras de cultivo en agradecimiento por cuanto José había hecho por los egipcios. Los hermanos de José volvieron a Canaán, cargados de regalos de Egipto, y le contaron todo a Jacob; este, lleno de alegría, partió con toda su familia rumbo a Egipto. Al encontrase padre e hijo, Jacob exclamó: “¡Agradezco infinitamente a Dios porque me ha dado por segunda vez a mi hijo querido, Él obra de manera misteriosa!”. José le pidió que se quedara a vivir sus últimos años con él y también que se quedase todo su pueblo. Él aceptó, con la condición de que sus restos mortales fuesen llevados nuevamente cuando el pueblo regresase a “Canaán, la tierra prometida”.

Jacob y su familia vivieron entonces en la tierra de Gosén, un lugar destinado al pastoreo del ganado en el Bajo Egipto, cerca de Avaris, ciudad que fuera la capital de las dinastías hicsas que dominaron Egipto durante el siglo XVII a. C.

Tumba de Siquem en Egipto
Fallecimiento
Según el relato bíblico, José falleció cuando tenía ciento diez años de edad.​ Su cuerpo recibió embalsamamiento y fue puesto en un sarcófago, es decir que tuvo un trato para altos dignatarios. Posteriormente, cuando el pueblo hebreo inició el Éxodo, y salió de Sucot, Egipto, Moisés ordenó llevarse los huesos de José con ellos (Éxodo 13:19). Josué, más adelante, inhumó los huesos de José en Siquem, en la heredad de Jacob, y fue enterrado junto a su padre (Josué 24:32). 

Historicidad
No existen evidencias arqueológicas o documentales sobre la existencia de José excluyendo los textos bíblicos y relatos posteriores.

A mediados del siglo XX, era común entre los académicos sostener que las narraciones bíblicas sobre los Patriarcas tenían un fondo histórico. Este consenso ya no existe, a pesar de que continúa repitiéndose en obras confesionales. En esa hipótesis, se consideraba que la historia de José correspondía al período de los reyes hicsos o, minoritariamente, al reinado de Amenofis III.

A partir de la obra de Thomas L. Thompson y de John Van Seters, se ha comprobado que no existe evidencia sobre la historicidad de José, así como de los demás Patriarcas y que se trata de caracteres derivados de leyendas y relatos populares pertenecientes al primer milenio antes de la Era Cristiana. En consecuencia, se tiende a considerar a José como el protagonista de una historia ficticia del género sapiencial, como la de Ahikar, redactada en los últimos años de la monarquía judaita o incluso después del Exilio.

Paralelos biográficos
José tiene un notable paralelo con otro personaje bíblico, Daniel. Asimismo, los aspectos dramáticos de su vida (menospreciado por sus hermanos y luego encumbrado a una gran posición) presentan ciertas características comunes con la vida de David.
Fuente Wikipedia



JOSE HIJO DE ISRAEL

El undécimo hijo de Jacob, primogénito de Raquel, y el antecesor inmediato de las tribus de Manasés y Efraín. Su vida es narrada en Génesis 30,22-24; 37; 39-50, en el que los estudiosos contemporáneos distinguen tres principales documentos (J, E, P). (Vea Abraham). La fecha de su memorable carrera puede fijarse sólo aproximadamente en la actualidad, pues el relato bíblico de la vida de José no nombra al faraón particular de su tiempo, y las costumbres y modales egipcios que en él se alude no son determinantes sobre ningún período especial en la historia de Egipto. La duración de su oficio en Egipto cae probablemente en uno de los reyes hicsos tardíos (véase Egipto). Su nombre, ya sea contracción de Jehoseph (Sal. 81(80),6, en hebreo) o abreviado de Joseph-El (cf. la inscripción de Karnak de Tutmosis III, núm. 78.), está claramente ligado (Gén. 30,23-24) con las circunstancias de su nacimiento y se interpreta: "Que Dios añada". Nació en Harán, de Raquel, la amada y por largo tiempo estéril esposa de Jacob, y se convirtió en el hijo predilecto del anciano patriarca.


Después del regreso de Jacob a Canaán, diversas circunstancias hicieron a José el objeto del odio mortal de sus hermanos. Había sido testigo de algún acto muy perverso de varios de ellos, y ellos conocían que se había informado a su padre. Además, en su parcialidad a José, Jacob le dio una amplia túnica de colores, y esta prueba manifiesta del gran amor del patriarca despertó la envidia de los hermanos de José “hasta el punto de no poder ni siquiera saludarle”. Por último, con la imprudencia de la juventud, José le contó a sus hermanos dos sueños que sin duda presagiaban su futura elevación sobre todos ellos, pero que, por el momento, sólo hizo que lo odiaran mucho más (Gén. 37,1-11).

En este estado de ánimo, se aprovecharon de la primera oportunidad para deshacerse de uno de ellos que hablaba como "el soñador". Un día que alimentaban las ovejas de su padre en Dotán (ahora Tell Dotán, cerca de quince millas al norte de Siquem), vieron venir a José desde lejos, que había sido enviado por Jacob para preguntar por su bienestar, y al instante decidieron reducir a la nada todos sus sueños de grandeza futura.
En este punto la narración del Génesis combina dos relatos distintos de la manera en que los hermanos de José llevaron a cabo efectivamente su intención de vengarse de él. Estos relatos presentan ligeras variaciones, que son examinadas en detalle por los modernos comentaristas del Génesis, y que, lejos de destruir, más bien confirman el carácter histórico del hecho que José fue llevado a Egipto debido a la enemistad de sus hermanos. Para protegerse a sí mismos sumergieron la fina túnica de José en la sangre de un cabrito, y lo envió a su padre. A la vista de esta prenda manchada de sangre, Jacob, naturalmente, creían que una bestia salvaje había devorado a su amado hijo amado, y se entregó al dolor más intenso (37,12-35).



Mientras su padre lo lloraba como muerto, José fue vendido a Egipto, y tratado con la mayor consideración y la mayor confianza por su maestro egipcio, a quien Gén. 37,36 da el nombre de Putifar ["Aquel a quien Ra (el dios-sol) le dio"] y al cual describe como eunuco del Faraón y como el capitán de la guardia real (cf. 39,1). Rápido y confiable, José pronto se convirtió en asistente personal de su amo. Luego se le confió la superintendencia de la casa de su amo, un cargo más amplio y responsable, como era inusual en las grandes familias egipcias. Con la bendición de Yahveh, todas las cosas, "tanto en casa como en el campo", se volvieron tan prósperas bajo la administración de José que su amo le confió todo implícitamente, y "ya no se ocupó personalmente de nada más que del pan que comía.”

Mientras cumplía así con perfecto éxito sus múltiples deberes de mayor-domo (Egipto mer-per), José estuvo a menudo en contacto con la señora de la casa, porque en ese tiempo había un tan libre intercambio entre hombres y mujeres en Egipto como lo hay hoy día entre nosotros. A menudo percibió al joven y apuesto capataz hebreo, y llevada por la pasión, a menudo le tentó a cometer adulterio con ella, hasta que al fin, resintiendo su virtuosa conducta, le acusó de las mismas criminales solicitudes con que ella misma lo había perseguido. El crédulo amo cree el informe de su esposa, y en su ira arroja a José a la prisión, donde también estaba Yahveh con su fiel servidor: le concedió el favor del alcaide, quien pronto colocó en José su confianza implícita, e incluso le confió a su cargo los demás prisioneros (39,2-23).

Poco después, dos de los oficiales de Faraón, el mayordomo principal y el panadero jefe, después de haber incurrido en el desagrado real por alguna razón desconocida, fueron encarcelados en la casa del capitán de la guardia. También fueron puestos bajo la custodia de José, y cuando vino a ellos una mañana, notó en ellos una tristeza inusual. No podían interpretar el significado de un sueño que cada uno tuvo durante la noche, y no había ningún intérprete de sueños profesional a la mano. Fue entonces cuando José interpretó sus sueños correctamente, e instó al mayordomo a recordarlo cuando fuese restaurado a su puesto, como de hecho lo fue tres días después, el día del cumpleaños de Faraón (cap. 40).

Pasaron dos años, tras los cuales el propio monarca tuvo dos sueños, uno de las vacas gordas y las vacas delgadas, y el otro de las mazorcas completas y las marchitas. Grande fue la perplejidad de Faraón por estos sueños, que nadie en el reino podría interpretar. Esta ocurrencia, naturalmente, le recordó el mayordomo principal de la habilidad de José en la interpretación de los sueños, y le mencionó al rey lo que había ocurrido en su propio caso y en el del jefe de los panaderos. Citado a comparecer ante el Faraón, José declaró que ambos sueños significaban que siete años de abundancia serían inmediatamente seguidos por siete años de hambre, y sugirió además que una quinta parte de su producción de los años de abundancia se reservara como provisión para los años de hambre. Profundamente impresionado por la interpretación clara y plausible de sus sueños, y reconociendo en José una sabiduría más que humana, el monarca le encargó la realización de las medidas prácticas que él había sugerido. 


A tal fin, lo elevó a la categoría de guardián del sello real, lo invistió de una autoridad segunda sólo a la del trono, le otorgó el nombre egipcio de Safnat Panéaj (“Dios habló, y él vino a la vida”), y le dio por esposa a Asnat, la hija de Poti Fera, el sacerdote del gran santuario nacional de On (o Heliópolis, siete millas al noreste de El Cairo moderno).

Pronto comenzaron los siete años de abundancia predichos por José, durante los cuales almacenó maíz en cada una de las ciudades desde las que se han registrado, y su esposa, Asnat, le dio dos hijos a quien llamó Manasés y Efraín, por las favorables circunstancias del tiempo de su nacimiento.

 

Luego vinieron los siete años de escasez, en los que, con su hábil gestión, José salvó a Egipto de los peores rasgos de la miseria y el hambre, y no sólo a Egipto, sino también los distintos países circundantes, que tuvieron que sufrir la grave y prolongada hambruna (cap. 41). Entre esos países vecinos se contaba la tierra de Canaán, donde Jacob vivía todavía con los once hermanos de José. 


Después de haber oído que en Egipto vendían maíz, el anciano patriarca envió a sus hijos allí para comprar algunos, manteniendo con él, sin embargo, a Benjamín, el segundo hijo de Raquel, "no vaya a sucederle alguna desgracia". Admitidos a la presencia de José, sus hermanos no reconocieron en el grande de Egipto ante ellos a aquel muchacho a quien habían tratado tan cruelmente veinte años antes. Los acusó bruscamente de ser espías enviados a descubrir los pases desguarnecidos de la frontera oriental de Egipto, y cuando ofrecieron voluntariamente información sobre su familia, él, deseoso de conocer la verdad sobre Benjamin, retuvo uno de ellos como rehén en la prisión y envió a los otros de vuelta a su casa para que trajesen a su hermano menor con ellos.

Al llegar donde su padre, o en su primera posada en el camino, descubrieron el dinero que José había ordenado que se colocara en sus sacos. Grande fue su ansiedad y la de Jacob, que por un tiempo se negó a permitir a sus hijos regresar a Egipto en compañía de Benjamín. Al fin cedió bajo la presión de la hambruna, y al mismo tiempo, envió un regalo para conciliar el favor del primer ministro egipcio.

 A la vista de Benjamín José entendió que sus hermanos le habían dicho la verdad en su primera comparecencia ante él, y les invitó a una fiesta en su propia casa. En la fiesta hizo que se sentaran exactamente de acuerdo a su edad, y honró a Benjamín con "una mayor ración", como señal de distinción (caps. 42-43).

 Luego se fueron a casa, sin sospechar que por orden de José su copa adivinadora había sido escondida en el costal de Benjamín. Pronto fueron alcanzados, acusados del robo de la copa preciosa, la cual buscaron y encontraron en la talega donde había sido escondida. En su consternación regresaron todos a casa de José, y se ofrecieron a permanecer como sus siervos en


Egipto, una oferta que José rechazó, declarando que sólo retendría a Benjamín. Entonces Judá se suplica muy patéticamente que, por el bien de su anciano padre, Benjamín debe ser despedido libre, y que se le permitiera a él permanecer en el lugar de su hermano como siervo de José. Fue entonces cuando José se dio a conocer a sus hermanos, calmó sus temores, y los envió de vuelta con una apremiante invitación a Jacob a venir a instalarse en Egipto (caps. 44 - 45, 24).


Fue en la tierra de Gosén, un distrito pastoral a unas cuarenta millas al noreste de El Cairo, que José invitó a su padre y hermanos a establecerse. Allí vivieron como prósperos pastores del rey, mientras que en su miseria los egipcios fueron gradualmente reducidos a vender sus tierras a la corona, para asegurar su subsistencia de manos del todopoderoso primer ministro de faraón. Y así José causó que los anteriores terratenientes---con la excepción, sin embargo, de los sacerdotes---se convirtieran en simples arrendatarios del rey y le pagaban al tesoro real, por así decirlo, una renta anual de un quinto del producto de la tierra (46,28 - 47,26).


 Durante los últimos momentos de Jacob, José le prometió que lo enterraría en Canaán, e hizo que adoptara a sus dos hijos, Manasés y Efraín (47,25 - 48). Luego del deceso de su padre, mandó a embalsamar su cuerpo y lo enterró con gran pompa en la Cueva de Makpelá (50,1-14). También disipó los miedos de sus hermanos, quienes temían que ahora se vengaría de ellos por el anterior maltrato. Murió a la edad de ciento diez años, y su cuerpo fue embalsamado y puesto en un ataúd en Egipto (50,15-25). Al final, sus restos fueron llevados a Canaán y enterrados en Siquem (Éxodo 13,19; Josué 24,32).

Tal es, en substancia, el relato bíblico de la vida de José. En su maravillosa simplicidad, esboza uno de los más bellos caracteres presentados en la historia del Antiguo Testamento.

 De niño, José sentía el más vívido horror por el mal que hacían sus hermanos; y de joven, resiste con fortaleza inquebrantable las repetidas e insistentes insinuaciones de la esposa de su amo. Echado a prisión, despliega gran poder de resistencia, confiando en Dios para su justificación. 

Cuando fue elevado al rango de virrey, se mostró digno de tan excelsa dignidad por sus esfuerzos hábiles y enérgicos para promover el bienestar de sus compatriotas adoptivos y la extensión del poder de su amo.

  Un personaje tan hermoso hizo de José un muy digno tipo de Cristo, modelo de toda perfección, y es comparativamente fácil señalar algunos de los rasgos de semejanza entre el amado hijo de Jacob y el muy amado Hijo de Dios

Como Jesús, José era odiado y echado afuera por sus hermanos, y aún así logró su salvación a través del sufrimiento que le habían causado.
 Como Jesús, José obtuvo su exaltación sólo después de pasar por las más profundas e inmerecidas humillaciones; y en el reino que gobernaba, invitó a sus hermanos a unirse a los que antes habían visto como extraños, para que también disfrutaran de las bendiciones que había logrado para ellos. 
Al igual que el Salvador del mundo, José sólo tuvo palabras de perdón y bendición para todos los que, reconociendo su miseria, recurrieron a su poder supremo. 
Fue a José de antaño, como a Jesús, que todos tuvieron que pedir ayuda, ofrecer homenaje del más profundo respeto y rendir obediencia en todas las cosas.
Por último, al patriarca José, como a Jesús, le fue dado inaugurar un nuevo orden de cosas para el mayor poder y gloria del monarca a quien debía su exaltación.

Mientras tanto, reconociendo el sentido típico de la carrera de José, no se debe perder de vista ni por un momento el hecho de que se está en presencia de un carácter claramente histórico. De hecho, se han realizados esfuerzos en ciertos sectores para transformar la historia de José en la historia de una tribu del mismo nombre que, en una época remota, pudo haber alcanzado gran poder en Egipto, y que, en una fecha muy posterior, la imaginación popular simplemente habría descrito como un individuo. 

Pero ese punto de vista del relato bíblico es decididamente inadmisible. A los estudiosos cuidadosos siempre se les hará más difícil pensar en José como una tribu que llegó al poder en Egipto, que como una persona que realmente pasó a través de las experiencias que se describen en el Génesis. 

Una vez más, siempre mirarán los incidentes narrados en la historia sagrada como muy naturales, y muy estrechamente relacionados, para ser totalmente el producto de la ficción. El mismo carácter histórico de la narración bíblica es poderosamente confirmado por el acuerdo sustancial entre los dos principales documentos (J, E), que los críticos contemporáneos se sienten obligados a admitir, que, según ellos, se han utilizado en su composición: tal concordancia señala manifiestamente a una tradición oral anterior, la cual, cuando fue puesta por escrito en dos formas distintas, no resultó materialmente afectada por las nuevas circunstancias de una época posterior; por último, está más allá de la posibilidad de duda, por la coloración egipcia que es común a ambos documentos, y que será descrita a continuación. 

Este elemento egipcio no es sólo un traje literario con el que la fantasía popular posterior y en una tierra distante pudo haber investido más o menos felizmente a los incidentes narrados. Pertenece a la esencia misma de la historia de José, y es claramente un reflejo directo de los usos y costumbres del antiguo Egipto. Su veracidad constante a las cosas egipcias prueba la existencia de una antigua tradición, que data tan lejos como el período egipcio, y fielmente conservada en el la composición del relato del Génesis.

El alcance de la antedicha coloración egipcia en la historia de José ha sido minuciosamente investigada por estudiosos recientes. Los israelitas de piel oscura que llevaron camellos ricamente cargados desde Oriente hasta el Nilo, son traídos a la vida en los monumentos egipcios, y los tres tipos de especias que llevaban a Egipto son precisamente aquellas que tendrían demanda en ese país con fines medicinales, religiosos o de embalsamamiento. 

La existencia de varios videntes en las casas de los nobles egipcios está en perfecta armonía con la sociedad egipcia, y el mer-per o superintendente de la casa, tal como era José, se mencionaba particularmente a menudo en los monumentos. La historia de José y la esposa de su amo tiene un notable y muy conocido paralelo en el “Cuento de los Dos Hermanos” egipcio. Las funciones y sueños del mayordomo y el jefe de panaderos son egipcios en sus más mínimos detalles. En las siete vacas que faraón vio pastando en la pradera, tenemos un equivalente en las siete vacas de Athor, representadas en la viñeta del capítulo 148 del "Libro de los Muertos". 

El cuidado que tuvo José en afeitarse y cambiarse de ropa antes de aparecer en la presencia de Faraón está de acuerdo con las costumbres egipcias. Su consejo de recoger el maíz durante los siete años de abundancia concuerda con las instituciones egipcias, ya que todas las ciudades importantes poseían graneros. La investidura de José y el cambio de nombre en su elevación, pueden ser fácilmente ilustrados haciendo referencia a los monumentos egipcios. La ocurrencia de hambrunas de larga duración, los exitosos esfuerzos realizados para abastecer de maíz al pueblo año tras año de por vida, encuentra su paralelo en las inscripciones descubiertas recientemente. La acusación de ser espías que formuló José contra sus hermanos fue natural habida cuenta de las precauciones que se sabe fueron adoptadas por las autoridades egipcias para la seguridad de su frontera oriental.

 La historia posterior de José, su copa de adivinación, el regalo a sus hermanos de prendas de vestir, el apartar la tierra de Gosén para su padre y hermanos, porque el pastor era una abominación para los egipcios, el embalsamamiento de Jacob por José, la procesión fúnebre para el entierro de aquél, etc. muestran de una manera sorprendente la gran exactitud del relato bíblico en sus numerosas y muchas veces someras referencias a los hábitos y costumbres de Egipto. Incluso la edad de 110 años en la que José murió parece haber sido considerada en Egipto---como lo demuestran varios papiros---como la edad más perfecta deseable.

Fuente: Gigot, Francis. "Joseph." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910. .

Traducido por Luz Hernández


HISTORIA DE JOSE PARA ESCENIFICAR