DIA 323--Ezequiel 8--10 Eclesiástico 28,13-26 Juan 19,23-42



Ezequiel 8
1 El sexto año, el quinto del sexto mes, mientras yo estaba sentado en mi casa y los ancianos de Judá estaban sentados delante de mí, descendió sobre mí la mano del Señor.
2 Yo miré y vi una figura con aspecto humano. Desde lo que parecía ser su cintura para abajo, había fuego, y desde su cintura para arriba, había una especie de claridad, un fulgor como de electro.
3 Extendió algo así como una mano y me tomó por un mechón de mis cabellos. Un espíritu me levantó entre la tierra y el cielo y me llevó en una visión divina a Jerusalén, hasta la entrada de la puerta interior que da hacia el norte, allí donde está emplazado el Idolo de los celos que provoca los celos de Dios.
4 Allí estaba la gloria del Dios de Israel, tal como yo la había visto en el valle.
5 El me dijo: «Hijo de hombre, levanta tus ojos hacia el norte». Yo levanté mis ojos hacia el norte y vi que al norte de la puerta del altar, justo a la entrada, estaba el Idolo de los celos.
6 El me dijo: «Hijo de hombres, ¿ves lo que lo que hacen? ¿Ves las grandes abominaciones que cometen aquí los israelitas para que yo me aleje de mi Santuario? Pero tú verás abominaciones más grandes todavía».
7 Después me llevó a la entrada del atrio; yo miré y vi que había un agujero en el muro.
8 El me dijo: «Hijo de hombre, abre un boquete en el muro». Yo abrí un boquete y vi que había una puerta.
9 El me dijo: «Entra y mira las abominaciones que están cometiendo ahí».
10 Yo entré y miré, y vi que había toda clase de reptiles y de animales horribles y todos los ídolos de la casa de Israel, grabados en todas las paredes.
11 Setenta hombres de entre los ancianos del pueblo de Israel –entre los cuales se encontraba Iazanías, hijo de Satán– estaban de pie delante de ellos: cada uno tenía un incensario en la mano, y subía el perfume de una nube de incienso.
12 El me dijo: «Hijo de hombre, ¿ves lo que los ancianos del pueblo de Israel hacen a escondidas, cada uno en su habitación adornada de pinturas? Porque ellos piensan: El Señor no nos ve; el Señor ha abandonado el país».
13 Después, él me dijo: «Verás que cometen abominaciones más grandes todavía».
14 Y me llevó hasta la entrada de la puerta de la Casa del Señor, lo que da hacia el norte, y vi que allí había unas mujeres sentadas llorando a Tamuz.
15 El me dijo: «¿Has visto, hijo de hombre? Tú verás abominaciones más grandes todavía».
16 Luego me llevó hacia el atrio interior de la Casa del Señor, y vi que a la entrada del Templo del Señor, entre el vestíbulo y el altar, había unos veinticinco hombres, dando la espalda al Templo del Señor, y con sus rostros vueltos hacia el oriente; y ellos se postraron hacia el oriente, delante del sol.
17 El me dijo: «¿Has visto, hijo de hombre? ¿No le basta al pueblo de Judá cometer las abominaciones que aquí cometen, que también han llenado el país de violencia y no cesan de irritarme? Ellos llevan el ramo hasta su nariz.
18 Yo también obraré con furor, sin una mirada de piedad y sin tener compasión. Gritarán con toda su voz a mis oídos, pero no los escucharé.



Ezequiel 9
1 El gritó fuertemente a mis oídos: «Acérquense, Castigos de la ciudad, cada uno con su instrumento de exterminio en la mano».
2 Entonces llegaron seis hombres del lado de la puerta superior que mira hacia el norte, cada uno con su instrumento de destrucción en la mano. En medio de ellos había un hombre vestido de lino, con la cartera de escriba en la cintura. Todos entraron y se detuvieron delante del altar de bronce.
3 La gloria del Dios de Israel se levantó de encima de los querubines sobre los cuales estaba, se dirigió hacia el umbral de la Casa, y llamó al hombre vestido de lino que tenía la cartera de escriba en la cintura.
4 El Señor le dijo: «Recorre toda la ciudad de Jerusalén y marca con una T la frente de los hombres que gimen y se lamentan por todas las abominaciones que se cometen en medio de ella».
5 Luego oí que les decía a los otros: «Recorran la ciudad detrás de él, hieran sin una mirada de piedad y sin tener compasión.
6 Maten y exterminen a todos, ancianos, jóvenes, niños y mujeres, pero no se acerquen a ninguno que este marcado con la T. Comiencen por mi Santuario». Y comenzaron por los ancianos que estaban delante de la Casa.
7 Después dijo: «Contaminen la Casa y llenen de víctimas los atrios, luego salgan y golpeen en la ciudad».
8 Mientras ellos herían, yo quedé solo y caí con el rostro en tierra. Entonces grité: «¡Ah, Señor! ¿Vas a exterminar todo el resto de Israel, derramando tu furor contra Jerusalén?».
9 El me respondió: «La iniquidad de la casa de Israel y de Judá es inmensamente grande; el país está lleno de sangre y la ciudad está colmada de injusticia, porque ellos piensan: «El Señor ha abandonado el país, el Señor no ve nada».
10 Yo tampoco tendrá una mirada de piedad ni me compadeceré, sino que haré recaer sobre ellos su mala conducta».
11 Entonces el hombre vestido de lino, que tenía la cartera de escriba en la cintura, dio cuenta diciendo: «Hice lo que tú me habías ordenado».


Ezequiel 10
1 Yo miré, y sobre la plataforma que estaba encima de la cabeza de los querubines, había como una piedra de zafiro: por encima de ellos, se veía algo así como la figura de un trono.
2 El Señor dijo al hombre vestido de lino: «Entra en medio del círculo, debajo del querubín, llena tus manos con las brasas incandescentes que están entre los querubines, y espárcelas sobre la ciudad». Y el hombre entró allí, ante mis propios ojos.
3 Cuando el hombre entró, los querubines estaban a la derecha de la Casa y la nube llenaba el atrio interior.
4 La gloria del Señor se elevó por encima del querubín y se dirigió hacia el umbral de la Casa: la nube llenó la Casa, y el atrio de llenó de claridad de la gloria del Señor.
5 El ruido de las alas de los querubines se oyó hasta en el atrio exterior, como la voz del Todopoderoso cuando habla.
6 Cuando el Señor ordenó al hombre vestido de lino que tomara fuego de en medio del círculo, entre los querubines, el hombre avanzó y se detuvo al lado de la rueda.
7 El querubín extendió su mano hacia el fuego que estaba entre los querubines, lo tomó y lo puso en las manos del hombre vestido de lino: este lo recibió y salió.
8 Entonces apareció bajo las alas de los querubines algo así como una mano de hombre.
9 Yo miré, y vi que había cuatro ruedas al lado de los querubines, una al lado de cada uno, y el aspecto de las ruedas era brillante como el topacio.
10 En cuanto a su aspecto, las cuatro tenían la misma forma, y era como si una rueda estuviera metida dentro de la otra.
11 Cuando avanzaban, podían ir en las cuatro direcciones y no se volvían al avanzar, porque iban derecho hacia el lugar adonde estaba orientada la cabeza, sin volverse al avanzar.
12 Y todo su cuerpo, sus espaldas, sus manos y sus alas, lo mismo que las ruedas, estaban llenas de ojos, alrededor de las cuatro ruedas.
13 Yo oí que se daba a estas ruedas el nombre de «círculo».
14 Cada uno de ellos tenía cuatro rostros: el primero era un rostro de querubín, el segundo, un rostro de hombre, el tercero, un rostro de león y el cuarto, un rostro de águila.
15 Los querubines se elevaron: eran los mismos seres vivientes que yo había visto a orillas del río Quebar.
16 Cuando los querubines avanzaban, las ruedas avanzaban al lado de ellos, y cuando desplegaban sus alas para elevarse por encima del suelo, las ruedas no se apartaban de su lado.
17 Cuando los querubines se detenían, ellas también se detenían, y cuando se elevaban, las ruedas se elevaban al mismo tiempo, porque el espíritu de los seres vivientes estaba en las ruedas.
18 La gloria del Señor salió de encima del umbral de la Casa y se detuvo sobre los querubines.
19 Al salir, los querubines desplegaron sus alas y se elevaron del suelo, ante mis propios ojos, y las ruedas lo hicieron al mismo tiempo. Ellos se detuvieron a la entrada de la puerta oriental de la Casa de Señor, y la gloria del Dios de Israel estaba sobre ellos, en lo alto.
20 Eran los seres vivientes que yo había visto debajo del Dios de Israel a orillas del río Quebar, y reconocí que eran querubines.
21 Cada uno tenía cuatro rostros y cuatro alas, y una especie de manos de hombre debajo de sus alas.
22 En cuanto a la forma de sus rostros, era la misma que yo había visto en una visión a orillas del río Quebar. Cada uno avanzaba derecho hacia adelante.


Eclesiástico 28,13-26
1 El hombre vengativo sufrirá la venganza del Señor, que llevará cuenta exacta de todos sus pecados.
2 Perdona el agravio a tu prójimo y entonces, cuando ores, serán absueltos tus pecados.
3 Si un hombre mantiene su enojo contra otro, ¿cómo pretende que el Señor lo sane?
4 No tiene piedad de un hombre semejante a él ¡y se atreve a implorar por sus pecados!
5 El, un simple mortal, guarda rencor: ¿quién le perdonará sus pecados?
6 Acuérdate del fin, y deja de odiar; piensa en la corrupción y en la muerte, y sé fiel a los mandamientos;
7 acuérdate de los mandamientos, y no guardes rencor a tu prójimo; piensa en la Alianza del Altísimo, y pasa por alto la ofensa.
8 Evita los altercados y pecarás mucho menos, porque el hombre iracundo enciende las disputas.
9 El pecador siembra la confusión entre los amigos y crea división entre los que vivían en paz.
10 El fuego arde según el combustible, y la disputa se enciende en la medida del empecinamiento; según sea su fuerza, será la furia de un hombre, y según su riqueza, dará libre curso a su ira.
11 Una discordia repentina enciende un fuego, y una disputa precipitada hace correr la sangre.
12 Si soplas una chispa, se inflama; si le escupes encima, se extingue, y ambas cosas salen de tu boca.
13 Maldice al murmurador y al de lengua doble: ellos han arruinado a mucha gente que vivía en paz.
14 La lengua triple ha hecho tambalear a muchos y los dispersó de nación en nación; ella arrasó ciudades fortificadas y echó por tierra casas de potentados;
15 hizo repudiar a mujeres valerosas y las privó del fruto de sus trabajos.
16 El que le presta atención, no encuentra más descanso y ya no puede vivir en paz.
17 Un golpe de látigo deja una marca, pero un golpe de lengua quiebra los huesos.
18 Muchos han caído al filo de la espada, pero son menos que los caídos a causa de la lengua.
19 ¡Feliz el que está al resguardo de ella y no ha quedado expuesto a su furor, el que no ha tirado de su yugo ni ha sido atado a tus cadenas!
20 Porque su yugo es un yugo de hierro y sus cadenas son cadenas de bronce.
21 ¡Muerte funesta es la que inflige y es preferible el Abismo a una lengua así!
22 Pero ella no tiene poder sobre los hombres buenos y ellos no se quemarán en sus llamas.
23 Los que abandonan al Señor serán sus víctimas: ella los abrasará sin extinguirse, se lanzará sobre ellos como un león y los destrozará como una pantera.
24 Por eso, rodea tu posesión con un cerco de espinas, guarda bien tu plata y tu oro;
25 fabrícate una balanza y una pesa para tus palabras, y una puerta y un cerrojo para tu boca.
26 Presta atención, se sea que resbales a causa de la lengua y caigas ante los que acechan.



Juan 19,23-42
23 Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo,
24 se dijeron entre sí: «No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca.» Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.
25 Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
26 Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo».
27 Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
28 Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.
29 Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.
30 Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
31 Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.
32 Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.
33 Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas,
34 sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
35 El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean.
36 Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: "No le quebrarán ninguno de sus huesos".
37 Y otro pasaje de la Escritura, dice: "Verán al que ellos mismos traspasaron".
38 Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús –pero secretamente, por temor a los judíos– pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.
39 Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.
40 Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.
41 En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado.
42 Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.