Un día, una mujer israelita tuvo un bebé. Era un niño y lo encontró tan bonito que lo ocultó durante tres meses. Llegó un momento en que no pudo tenerlo escondido por más tiempo, así que decidió meterlo en una cesta y dejarlo en la ribera del río Nilo. La hermana del bebé se quedó por allí para vigilar bien lo que pasaba. En esos momentos, la hija del faraón, el rey de Egipto, bajaba al río a bañarse acompañada de sus doncellas. Fue ella la que descubrió la cestita y comprobó que había dentro un bebé llorando. Se compadeció la joven del niño, pues enseguida comprendió que era un hijo de hebreos y lo sacó de allí. En ese instante, apareció la hermana del bebé y le preguntó a la hija del faraón: "¿Quiere usted que vaya a buscar entre los hebreos a una niñera para que críe al niño?"
Y de esa manera, el bebé fue entregado a su verdadera madre que lo crió hasta que fue mayor. Entonces, la madre se lo llevó a la hija del faraón que lo acogió como a un hijo y le puso de nombre Moisés, porque se dijo "De las aguas lo saqué" (que es lo que significa la palabra Moisés).
Moisés crecía con la hija del faraón, y cuando ya iba siendo adulto, salía a veces a ver a su gente. Cuando estaba con ellos veía lo mal que se portaban los egipcios con los hebreos y lo mucho que sufría su pueblo.
Un día, vio cómo un egipcio maltrataba a un israelita, y dejándose llevar por la cólera, mató al egipcio. Este hecho llegó a oídos del faraón, y a Moisés no le quedó más remedio que huir a otras tierras donde el faraón no le encontrase. De esta forma Moisés se refugió en la tierra de Madián. Allí tomó por esposa a Séfora, que le dio un hijo.
Mientras Moisés estaba en tierras extranjeras, Dios se acordaba del pueblo de Israel, que seguía atormentado bajo el pueblo egipcio, y se sirvió de Moisés para liberar a su pueblo.
¿Queréis saber cómo lo hizo? Pues a Moisés le ocurrió una cosa muy extraña...
MOISÉS Y LA ZARZA ARDIENTE
Un día, Moisés apacentaba el ganado más allá del desierto, en el monte de Dios, Horeb, cuando vio una zarza ardiendo. Al fijarse, se dio cuenta de que no se consumía y decidió acercarse para ver qué era aquello. En esos momentos oyó una voz: "¡Moisés, Moisés!", y él contestó: "Aquí estoy".
La voz le dijo: "No te acerques más. Quítate las sandalias, pues estás en tierra santa. Yo soy el Dios de Abraham, De Isaac, de Jacob. He visto el dolor de mi pueblo en Egipto y he oído sus angustias. Voy a librarlos de los egipcios y los voy a enviar a una tierra grande y fértil, una tierra: El Dios de vuestros padres me envía a vosotros, y me preguntan su nombre ¿qué les diré?", preguntó entonces Moisés.que mana leche y miel. Sus súplicas han llegado hasta mí".
Moisés, aturdido, contestaba: "¿Pero quién soy yo para sacar de Egipto a los hijos de Israel?"
"No te preocupes -confesó Yavé- yo estaré contigo. Cuando hayas liberado a tu pueblo, darás culto a Dios en este mismo monte".
"Pero si voy a los israelitas y les digo
Y Dios le dijo: "Yo soy el que soy. Así responderás a los hijos de Israel: Yo soy, Yavé, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, me manda a vosotros. Reúne a los ancianos de Israel y diles: "Yavé se me ha aparecido y me ha pedido que os diga: "Os he visitado y he visto lo que os hace Egipto y he dicho: Os sacaré de la opresión de los egipcios y os llevaré a una tierra que mana leche y miel". Ellos te escucharán y todos iréis al rey de Egipto y le diréis: Yavé, el Dios de Israel, ha salido a nuestro encuentro. Deja que vayamos al desierto durante tres días a hacerle un sacrificio. Él no lo permitirá, hasta que yo le castigue y no le queda más remedio que dejaros marchar."
"No van a creerme. No me van a dejar marchar", decía, muy pesimista, Moisés.
Entonces, Yavé le dijo a Moisés: "Tira tu cayado a tierra". Y, en ese momento, se convirtió en una serpiente. Moisés echó a correr, huyendo de ella.
"¡Cógela por la cola!", le advirtió Yavé a Moisés.
Así lo hizo y la serpiente volvió a ser cayado en su mano. "Ahora mete la mano en tu seno, volvió a decirle Yavé. La metió Moisés y la sacó cubierta de lepra. "Vuelve a meterla", le dijo de nuevo Yavé, y esta vez la sacó completamente limpia.
"Si no te creen a la primera, te creerán a la segunda, Moisés, y si aún no creen a estas dos señales ni obedecen tu voz, toma agua del río, la derramas sobre el suelo, y se volverá sangre".
"¡Pero Señor -suplicaba Moisés-, yo no tengo facilidad de palabra, soy torpe, se me traba la lengua..., no sabré hablar ante el faraón!"
"A ver, Moisés..., ¿quién le da al hombre la boca, quién hace al sordo, al mudo, al que ve y al ciego...? ¿No soy yo, Yavé? -le dijo Dios a Moisés-. Tienes a tu hermano Aarón. Él tiene facilidad de palabra y te ayudará. Tu le hablarás a él y pondrás las palabras en su boca; yo estaré en tu boca y en la suya, y os mostraré lo que debéis hacer. Él hablará por ti al pueblo, él será tu boca y tu serás su dios. Toma también en tu mano este cayado, porque con él has de hacer las señales".
De esta forma habló Dios a Moisés, y así se puso éste en camino hacia Egipto, la tierra donde el pueblo israelí sufría, esperando que al fin llegara la liberación.
MOISÉS Y LAS PLAGAS DE EGIPTO
Moisés había escuchado a Dios en la zarza ardiente. A pesar de su temor y su inseguridad, decidió obedecer a Dios y regresar a Egipto para liberar a su pueblo. También Dios habló con Aarón, hermano de Moisés, y le dijo que fuera al desierto en busca de su hermano. Y allí se encontraron.
Moisés le contó todo lo que Yavé le había dicho y juntos caminaron hasta llegar a la tierra de Egipto.
Frente a los ancianos israelitas, Aarón les contó todo lo que Dios les había dicho y Moisés hizo prodigios con su cayado. Los israelitas le creyeron y comprobaron que Yavé había escuchado sus súplicas de liberación.
Después se fueron Moisés y Aarón a ver al faraón y le dijeron: "Dios nos ha dicho que dejes salir al pueblo de Israel de Egipto para, durante tres días, celebrar una fiesta en su honor".
Pero el faraón les contestó: ¿Y quién es ese Dios al que yo tendría que obedecer, dejando marchar al pueblo de Israel?"Pues como no conozco a ese Dios, no voy a dejar marchar a Israel".
Ese mismo día, el faraón le dijo a los capataces que mandaban sobre los israelitas que no les hicieran el trabajo más fácil a éstos. A partir de ese momento, los israelitas, no sólo deberían hacer ladrillos, sino que además deberían recoger ellos mismos la paja, que hasta entonces se la llevaban para hacerlos.
Al ver los israelitas que la llegada de Moisés y Aarón les había traído más problemas,culpaban a Dios y a ambos de su desgracia. También Moisés se desesperaba, y le decía a Yavé: "¿Por qué castigas a este pueblo, Señor? y ¿para qué me has enviado?"
Moisés, entonces, le dijo a Yavé: "El corazón del faraón está endurecido y no quiere escucharme".
Comenzó entonces Dios a mandar varias plagas sobre Egipto para que el faraón dejara marchar al pueblo de Israel.
Primero, las aguas de los ríos, los canales y estanques se tiñeron de sangre, y los egipcios no encontraban agua potable para beber. Pero el faraón no quería dejar a los israelitas libres.
Después hubo una plaga de ranas por todo el país. Y el faraón no quiso darse por vencido.
Al ver esto, Dios continuó mandando una plaga de mosquitos y otra de tábanos, pero el faraón seguía sin querer dejar libres a los israelitas.
Luego, todos los ganados de los campos, los caballos, asnos, ovejas y bueyes de los egipcios perecieron, pero ninguno de los israelitas.
Como el faraón seguía sin querer liberarles, Yavé provocó que les saliesen tumores a todos los egipcios, y después hizo que cayera una granizada terrible sobre los campos, que mató a todo cuanto había expuesto al aire.
Moisés, mientras tanto, le decía al faraón: "Yavé te pregunta: ¿Hasta cuándo soportarás sin someterte a mi?... Si te resistes y no quieres dejar libre a mi pueblo, enviaré una plaga de langostas que devore todo lo que se salvó del granizo". Pero el faraón seguía sin liberar a los israelitas.
Así, Dios envió otra plaga, con la que Egipto estuvo tres días enteros en tinieblas. El faraón no quiso dejarles ir. "Sal de aquí -le dijo a Moisés-, y guárdate de volver a aparecer en mi presencia, porque el día que aparezcas, morirás". Y respondió Moisés: "Pues tu lo has dicho, no volveré a ver tu rostro".
Entonces le dijo Yavé a Moisés: "Sólo mandaré una plaga más. Después el faraón no sólo os dejará marchar, sino que os echará de aquí. Eta noche morirán todos los primogénitos de los egipcios. Cada familia de Israel matará un cordero al ponerse el sol y con la sangre del cordero marcará su puerta. Cuando venga el ángel a castigar a los egipcios, pasará de largo por vuesstras casas. Luego, os comeréis la carne asada al fuego con pan sin levadura y con hierbas amargas".
Moisés explicó a todos los israelitas esto, y ello supuso la primera celebración de la Pascua, del paso de la esclavitud de Egipto a la libertad.
Dios hizo aquella noche lo que había prometido y por todo Egipto hubo gritos de dolor por los hijos perdidos. El faraón no tuvo más remedio que dejar marchar a los israelitas.
Fuente: Alfa y Omega (Pequealfa
HACIA LA TIERRA PROMETIDA
El pueblo de Israel estuvo más de cuatrocientos años en Egipto. Cuando ya iban a salir, Dios le decía a Moisés: "Acordaos siempre del día en que salisteis de Egipto, porque ha sido la mano de Dios la que os ha sacado. En el futuro, cuando lleguéis a la tierra prometida, esa tierra que mana leche y miel, recordaréis siempre este momento, y comeréis pan ácimo durante siete días hasta que el séptimo habrá una fiesta en honor de Yavé. Y cuando vuestros hijos os pregunten por qué hacéis esto, les explicaréis todo lo que ocurrió, desde que Yavé ayudó a su pueblo a salir de Egipto".
Había varios caminos posibles para ir hasta la tierra prometida, pero eligieron el camino más largo porque sería el más seguro en caso de que tuvieran problemas con los egipcios. Yavé iba a ir siempre con ellos, de día, en forma de nube, para guiarlos en su camino, y de no che, en forma de fuego, para alumbrarles.
Yavé le dijo a Moisés que el faraón les iba a perseguir por el desierto, porque se había dado cuenta de que se habían escapado, cogerías seiscientos carros de sus ejércitos y llegarían casi hasta donde habían acampado los israelitas. Esto sucedió así, y cuando los israelitas vieron acercarse las tropas de los egipcios, se volvieron a Moisés, llenos de miedo y le dijeron: "¿Es que no había sepulcros en Egipto, que nos has traído al desierto a morir? ¿Para qué nos has hecho venir hasta aquí?"
Pero Moisés les contestó: "Tranquilos. Dios está con nosotros, Él combatirá contra ellos".
Y Yavé le dijo a Moisés: "Dile a mi pueblo que se ponga en marcha, y tu alza tu cayado sobre el mar y divídelo para que puedan pasar los israelitas por el medio".
Así ocurrió. Yavé sopló, las aguas del mar Rojo se separaron y pasó el pueblo entero. Yavé le dijo entonces a Moisés:
"Ahora tiende tu cayado de nuevo en el mar", y las aguas volvieron a unirse, ahogando a todos los egipcios que venían detrás con sus carros. Aquel día, Dios libró a Israel de los egipcios y el pueblo creyó a Dios y a Moisés.
Al dejar atrás el Mar Rojo, avanzaron por el desierto y se encontraron con nuevas dificultades. Al cabo de un tiempo vagando por el desierto, los israelitas comenzaron a tener hambre. Volvieron a quejarse a Moisés, que de nuevo imploró a Yavé, y le indicó que haría caer comida del cielo. Y así ocurrió: aquella misma noche Dios hizo soplar del mar un viento que dejó el suelo plagado de una especie de escamas, que resultó ser como una harina dulce y muy nutritiva, a la que llamaron maná. Todos comieron hasta hartarse.
Sin embargo, la travesía por el desierto era dura, y los israelitas estaban sedientos, no dejaban de murmurar contra Moisés, que no comprendía por qué se enfadaban con él, y por qué tentaban tanto a Dios. Se enfadaban mucho y Moisés se desesperaba. Una vez más, Dios volvió a demostrar que siempre escucha las súplicas de su pueblo, y le dijo a Moisés que golpease una roca, pues de ella brotaría agua. Así ocurrió, y los israelitas vieron que habían desconfiado de Dios cuando Él no les abandonaba nunca.
Fuente: Alfa y Omega (El Pequealfa)
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
Los hebreos caminaron durante mucho tiempo por el desierto hasta que llegaron al pie del monte Sinaí, donde acamparon. Moisés subió a lo alto de la montaña, que quedó envuelta en una nube de humo, porque el Señor estaba allí, y le habló:«Yo soy el Señor tu Dios, aquel que te ha hecho salir de Egipto con el pueblo de Israel. No tendrás otro Dios que yo. No te harás escultura, ni imagen alguna para postrarte ante ellas, y no las servirás, porque yo soy Yavé, tu Dios.
No tomarás el nombre de Dios en falso
Santificarás las fiestas. El séptimo día es día de descanso, consagrado a Dios.
Honrarás a tu padre y a tu madre.
No matarás.
No cometerás adulterio.
No robarás.
No darás falso testimonio contra tu prójimo.
No desearás la mujer de tu prójimo.
Y no codiciarás los bienes ajenos.
Éstos son mis mandamientos. Te los doy para que se los enseñes a mi pueblo».
Y Dios le entregó los mandamientos grabados en dos tablas de piedra.
Moisés permaneció en lo alto de la montaña cuarenta días y cuarenta noches. Mientras tanto, el pueblo de Israel esperaba. Pero pronto empezaron a impacientarse porque no aparecía Moisés. Así que un día le dijeron a Aarón, el hermano de Moisés: «Anda, haznos un dios de oro, al que podamos adorar, porque no sabemos qué ha sido de Moisés».
Aarón fundió entonces todos los aros de oro que llevaba el pueblo en las orejas, e hizo con todo ello un becerro. De esta manera, se levantó un altar delante de la estatua y el pueblo le hizo sacrificios, comieron, bebieron y danzaron delante de él.
En esos momentos Moisés descendió de la montaña, y al ver que habían olvidado a Yavé, se enfureció con el pueblo de Israel. Arrojó las tablas de los mandamientos al suelo, que se hicieron añicos, y habló muy duramente con su pueblo.
A Aarón le dijo: «¿Por qué has hecho esto? ¿Por qué has conducido al pueblo al pecado, construyendo un becerro de oro?». Y Aarón, arrepentido, le explicaba: «Que no se enfade Yavé… El pueblo de Israel me pidió que hiciera un dios que guiase a nuestro pueblo, puesto que Moisés, el que nos sacó de Egipto, ha desaparecido y no sabemos nada de él…»
Entonces, Moisés decidió volver a subir la montaña para suplicarle a Dios que les perdonase.Dios se apiadó y les dio una nueva oportunidad: «Toma mi pueblo y condúcelo a la Tierra Prometida. Labra de nuevo dos tablas de piedra, y en ellas escribe de nuevo mis mandamientos. Estaré siempre a vuestro lado”.
Fuente: Alfa y Omega (El Pequealfa).
POR FIN, LA TIERRA PROMETIDA
Fueron cuarenta años los que se pasaron los israelitas peregrinando por el desierto. Tuvieron muchos sufrimientos, mucho cansancio, mucho dolor y penurias. A pesar de todo, la Tierra Prometida apareció un día ante sus ojos. Una tierra que manaba leche y miel. Una tierra que les daría agua en abundancia, el bien más preciado. Que les alimentaría con frutos más ricos y variados que el maná que les había proporcionado el Señor, alimento que les había salvado la vida en el desierto. Pero se trataba de una tierra que ya estaba habitada. Era la tierra de Canaán, llamada también Palestina. Y antes de poder habitarla, los israelitas tendrían que conquistarla, repartírsela entre las diferentes tribus, cultivarla, y convivir con sus antiguos habitantes.
En ese tiempo en el que los israelitas se acercaban a la Tierra Prometida, Yavé le dijo un día a Moisés: «Sube al monte Nebo. Allí verás la la tierra que les voy a dar a los hijos de Israel. Pero tienes que saber que tú no entrarás en ella». Y es que Moisés veía llegar sus últimos días de vida. Por este motivo, le suplicó a Yavé que eligiera su sucesor para guiar a su pueblo, para que no se quedaran como un rebaño sin pastor.
Y Yavé le dijo: «Toma a Josué, hijo de Nun, y pon tu mano sobre él. Ponlo ante el sacerdote Eleazar, y ante toda la Asamblea. Allí le transmitirás toda tu autoridad, para que los hijos de Israel le obedezcan». Así lo hizo Moisés, y tal y como había dicho Yavé, murió antes de entrar en la Tierra Prometida, frente a la ciudad de Jericó, donde más tarde habitarían los israelitas. Tenía entonces Moisés 120 años.
Antes de morir, Moisés les comunicó las palabras que Yavé quería transmitir a su pueblo, y es que, tras el encuentro con Dios, el hombre puede escoger dos caminos en la vida. Si obedecían a los mandatos del Señor, siguiendo sus caminos y guardando sus preceptos, vivirían y crecerían, y el Señor les bendeciría en la Tierra Prometida. Pero si su corazón se apartaba y no obedecían a Dios, no vivirían muchos años en la Tierra Prometida.
La historia del pueblo de Israel, hasta su llegada a la deseada Tierra Prometida, es la historia del amor de Dios a su pueblo. Les había prometido aquella tierra y por fin la tenían delante. Si cogéis una Biblia, en el libro de los Números, en el Deuteronomio y, finalmente, en el de Josué, podréis leer cómo se cumple la promesa de Dios.
Fuente: Alfa y Omega (El Pequealfa).