Amós es un campesino de la región de Tecua. Se dedica al cultivo de higos, pero el Señor le llama para profetizar en el pueblo de Israel.
En un período de bienestar, las clases privilegiadas viven en un derroche de riquezas que recae en la opresión de los más humildes. Amós denuncia el lujo excesivo de los habitantes de Samaria, el despilfarro del rey y de sus cortesanos, los nobles y sus esposas, los jueces y sacerdotes…
«Oprimís a los pobres, maltratáis a los míseros», les dice Amós. «Exprimís al pobre, despojáis a los miserables. Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo. Recibís soborno. Hacéis injusticia al pobre en el tribunal».
Todas estas cosas y muchas más denunciaba Amós a los más ricos, y les aconsejaba: «Buscad el bien y no el mal; de este modo, viviréis, y así estará con vosotros el Señor vuestro Dios, como deseáis. Odiad el mal, amad el bien, defended la justicia en el tribunal. Quizá se apiade el Señor de las huestes de los supervivientes de José».
A aquellos que oprimen al pobre y buscan su propia felicidad con riquezas materiales, Amós les profetizó, en nombre de Dios, que la oscuridad caería sobre sus cabezas, y «llegarán días en los que enviará hambre y sed al país. Pero no sed de agua y hambre de pan, sino de escuchar la Palabra de Dios. Y andará el hombre errante de mar a mar, buscando la Palabra de Dios».
¿Qué esperanza les queda? Luchar por un mundo más justo... Y, por encima de todo, confiar en la salvación de Dios que siempre cumple sus promesas.
Fuente: Alfa y Omega (Pequealfa)
El relato de su vocación (Am 7,10-17) está englobado en el ciclo de visiones de los cc.7-8. Amós no pertenecía a las asociaciones de profetas profesionales, sino que fue sorprendido por la llamada de Dios mientras trabajaba (Am 7,15) . En cierto modo, Amós se contrapone al nebismo profesional que servía a los intereses de la corte y estaba bajo el sacerdocio de los santuarios y llevado por Dios prueba la autenticidad de su vocación mediante dos profecías: la muerte de la familia de Amasías y el cautiverio de Israel (7,17).
Amós empezó su ministerio antes que su contemporáneo Oseas. El peligro asirio no parece aún inminente. Estamos muy probablemente hacia los años 760-745, en vísperas de subir al trono de Asiria Teglatfalasar III. Su ministerio debió de ser de poca duración, quizá un mes o menos. Además de su predicación en Betel, debió actuar también en Samaría (3,9-11; 4,1-3; 6,1-7) y Guilgal (4,4).
Estilo literario
Dentro de su sencillez y cierta rudeza, la profecía de Amós presenta un fondo de gran inspiración poética. Abundan las imágenes tomadas de la vida rural: el rugido del león (3,4); la caza de aves con trampas (3,5); el pastor que rescata de las fauces del león los restos de una oveja (3,12); la serpiente escondida en las grietas de las paredes (5,19); el torrente de agua permanente (5,24)
Suele amontonar imágenes para expresar la misma idea, pero sin caer en la monotonía debido a su belleza y originalidad (4,6-11; 9,1-4). Le gusta el estilo directo y dialoga a menudo con el auditorio, cuyas palabras cita (2,12; 4,1; 6,13; 7,16; 8,5.14)
A veces es rudo y violento en las expresiones (por ejemplo cuando llama a las mujeres de Samaría: vacas de Basán en 4,1).
Amós es el tercero de los profetas menores del Antiguo Testamento y el texto hebreo lo llama “Ams”. La pronunciación de su nombre es diferente de la del nombre del padre de Isaías, Amoç; de ahí que la tradición cristiana, en su mayoría, los haya diferenciado correctamente. El nombre del profeta, Amós, se ha explicado diversamente, y su significación exacta es aún objeto de conjeturas.
VIDA Y ÉPOCA
Según el encabezamiento de su libro (1,1), Amós era un pastor de Técoa, una aldea del Reino del Sur, a doce millas al sur de Jerusalén. Aparte de esta humilde ocupación, también dice (7,14) que era un picador de sicómoros. De ahí que, por lo que sabemos, no haya base suficiente para la opinión de muchos intérpretes judíos de que Amós era un hombre rico. Técoa era aparentemente un pueblo de pastores, y fue mientras seguía a su rebaño en el desierto de Judá, durante los reinados de Ozías y Jeroboam, cuando Dios le llamó para una misión especial: “Ve a profetizar a mi pueblo, Israel” (7,15). A los ojos del humilde pastor esto debe haber parecido una misión muy difícil. En el momento en que le llegó la llamada, no era “un profeta, ni el hijo de un profeta” (7,14), lo que implica que no había ingresado aún en la función profética, y que ni siquiera había asistido a las escuelas en las se llamaba “hijos de profeta” a los jóvenes en entrenamiento para dicha tarea.
Otras razones pudieron provocar el temor de Amós a aceptar la misión divina. A él, un sureño, se le ordenaba ir al Reino del Norte, Israel, y llevar a su pueblo y a sus dirigentes un mensaje de juicio que, por sus circunstancias históricas, estaban mal preparados para escuchar. Su gobernante, Jeroboam II (c. 781-741 a. C.), había conquistado rápidamente a Siria, Moab y Amón, y de este modo había extendido sus dominios desde la fuente del Orontes por el norte hasta el Mar Muerto en el sur. Todo el imperio septentrional de Salomón prácticamente así restaurado había disfrutado un largo periodo de paz y seguridad marcado por un asombroso renacimiento del desarrollo comercial y artístico. Samaria, su capital, se había adornado con sólidos y espléndidos edificios; se habían acumulado riquezas en abundancia; la comodidad y el lujo habían alcanzado su nivel más alto; así que el Reino del Norte había alcanzado una prosperidad material sin precedentes desde la quiebra del imperio de Salomón.
Aparentemente, la religión estaba también en una condición muy floreciente.
El culto sacrificial del Dios de Israel se llevaba a cabo con gran pompa y general fidelidad, y el largo disfrute de la prosperidad nacional era popularmente considerado como señal indudable del favor de Dios a su pueblo. Es verdad que la moralidad pública se había infectado gradualmente de los vicios que a menudo traen consigo el éxito continuado y la abundancia. La corrupción social y la opresión de los pobres y desvalidos estaban generalizadas. Pero éstos y similares signos de degeneración pública podían ser fácilmente excusados con el argumento de que eran el acompañamiento necesario de un alto grado de civilización oriental. Además, la religión se había degradado de varias formas. Muchos de los israelitas estaban satisfechos con el mero ofrecimiento de víctimas, sin consideración a las disposiciones internas requeridas para su digna presentación ante el Dios tres veces Santo.
Otros se aprovechaban de las multitudes que acudían a los festivales sagrados para entregarse a un disfrute inmoderado y una diversión tumultuosa. Otros también, arrastrados por la asociación más libre con los pueblos paganos resultante de la conquista o del intercambio comercial, llegaron incluso tan lejos como a fusionar el culto del Señor con el de las deidades paganas. Debido a la tendencia natural de los hombres a sentirse satisfechos con la realización mecánica de sus deberes religiosos, y más particularmente debido a la gran propensión que tenían desde antiguo los hebreos a adoptar los ritos sensuales de cultos extranjeros, mientras no renunciaran al culto de su propio Dios, estas irregularidades en temas de religión no parecían objetables a los israelitas, tanto más cuanto que el Señor no les castigaba por su conducta. Así que fue a este pueblo muy próspero, completamente convencido de que Dios estaba complacido con ellos, al que Amós fue enviado a pronunciar una dura reprimenda por todas sus fechorías, y a anunciar en nombre de Dios su próxima ruina y cautividad (7,17).
La misión de Amós en Israel fue sólo temporal. Se extendió aparentemente desde dos años antes hasta pocos años después de un terremoto, cuya fecha exacta es desconocida (1,1). Se enfrentó con una fuerte oposición, especialmente por parte de Amasías, el sacerdote principal del santuario real de Betel (7,10-13). No se sabe cómo terminó, pues sólo leyendas tardías y poco confiables hablan del martirio de Amós por los malos tratos de Amasías y su hijo. Es más probable que, obedeciendo la amenazadora orden de Amasías (7,12), el profeta huyera a Judá, donde en su tiempo libre ordenó sus oráculos en su bien planificada disposición.
El libro de Amós se divide naturalmente en tres partes. La primera se inicia con un título general de la obra, que da el nombre del autor y la fecha general de su ministerio (1,1), y un texto o lema en cuatro líneas poéticas (1, 2) que describe con una bella imagen el poder del Señor sobre Palestina. Esta parte comprende los dos primeros capítulos, y está compuesta de una serie de oráculos contra Damasco, Gaza, Tiro, Edom, Amón, Moab, Judá y, finalmente, Israel. Cada oráculo comienza con la misma fórmula numérica: “Por tres crímenes de Damasco [o Gaza, o Tiro, etc. según sea el caso], y por cuatro, no revocaré la sentencia”; a continuación explica la acusación principal; y finalmente pronuncia la pena. Las naciones paganas son condenadas no por su ignorancia del verdadero Dios, sino por sus infracciones de las leyes elementales no escritas de humanidad natural y buena fe. En lo que respecta a Judá e Israel, comparten el mismo juicio porque, aunque fueron cuidadas especialmente por el Señor que las sacó de Egipto, conquistó para ellas la tierra de Canaán, y les dio profetas y nazarenos, aun así han cometido los mismos crímenes que sus vecinos paganos. Israel es reprendido con más dureza que Judá, y se describe vívidamente su absoluta destrucción.
La segunda parte (caps. 3-6) consiste en una serie de discursos que desarrollan la acusación y sentencia contra Israel expuestas en 2,6-16. La acusación de Amós se refiere a (1) los desórdenes sociales generalizados en las clases altas; (2) el lujo inhumano y la intemperancia de las damas ricas de Samaria; (3) a la confianza demasiado grande de los israelitas en general en el mero cumplimiento externo de sus deberes religiosos que de ninguna manera pueden librarles del juicio que se aproxima. La sentencia misma asume la forma de una endecha sobre la cautividad que espera a los transgresores impenitentes, y la completa rendición del país al enemigo exterior.
La tercera parte del libro (caps. 7-9, 8b), aparte del relato histórico de la oposición de Amasías a Amós (7,10-17), y de un discurso (7,4-14) similar en tono e intención a los discursos contenidos en la segunda parte de la profecía, está totalmente compuesto de visiones del juicio contra Israel. En las dos primeras visiones---la de las langostas devoradoras y la del fuego que consume---la destrucción predicha es detenida por interposición divina; pero en la tercera visión, la de una plomada, se permite que la destrucción sea completa. La cuarta visión, como la precedente, es simbólica; un cesto de fruta madura indica la rápida decadencia de Israel; mientras que en la quinta y última el profeta contempla al Señor de pie junto al altar y amenazando al Reino del Norte con un castigo del que no hay escapatoria. El libro concluye con la solemne promesa de Dios de la gloriosa restauración de la Casa de David, y de la maravillosa prosperidad de la nación purificada (9,8c-15).
CARACTERÍSTICAS LITERARIAS
Hoy día se admite universalmente que estos contenidos están expuestos en un estilo de “mérito literario superior”. Esta excelencia literaria podría, en realidad, parecer a primera vista en extraño contraste con el oscuro nacimiento y humilde vida de pastor de Amós. Sin embargo, un estudio más detallado del escrito del profeta y de las circunstancias reales de su composición elimina ese contraste aparente. Antes de la época de Amós el idioma hebreo había pasado gradualmente por varias etapas de desarrollo, y había sido cultivado por varios escritores capacitados. Además, no hay que suponer que las profecías de Amós fueron pronunciadas exactamente como se han registrado. A lo largo de todo el libro los temas se tratan poéticamente, y muchas de sus características literarias se justifican mejor admitiendo que el profeta no escatimó tiempo ni esfuerzo en revestir sus pronunciamientos orales con su forma actual elaborada. Finalmente, asociar una cultura inferior con la simplicidad y relativa pobreza de la vida pastoril sería entender totalmente mal las condiciones de la sociedad oriental, antigua y moderna. Pues entre los antiguos hebreos, como entre los árabes de hoy, la cantidad de enseñanza mediante libros era necesariamente pequeña, y el aprovechamiento en el conocimiento y la oratoria no dependía principalmente de una educación profesional, sino de una aguda observación de las personas y cosas, una memoria retentiva de la sabiduría tradicional, y la facultad de pensamiento original.
Aparte de unos pocos críticos recientes, todos los estudiosos mantienen la exactitud de la opinión tradicional que adscribe el libro de Amós al profeta judío de ese nombre. Piensan correctamente que los juicios, sermones y visiones que constituyen el escrito sagrado se centran en un gran mensaje de condena a Israel. El contenido se interpreta como una solemne denuncia de la incurable perversidad del Reino del Norte, como una directa predicción de su ruina inminente. Los mismos estudiosos consideran de forma parecida el estilo general del libro, con su forma poética, su chocante simplicidad, brusquedad, etc., como prueba de que la obra es una unidad literaria, cuyas diversas partes pueden atribuirse a una sola y la misma mente, al único y santo profeta, cuyo nombre y período de actividad se dan en el título de la profecía, y cuya autoría se afirma repetidamente en el cuerpo del libro (cf. 7, 1.2.4.5.8; 8,1-; 9,1, etc.)
Para confirmar la opinión tradicional de judíos y cristianos respecto a la autoría y fecha, se han sacado a relucir los dos hechos siguientes:
primero, como era de esperarse de un pastor como Amós, el autor de la profecía utiliza por todas partes una imaginería sacada principalmente de la vida rural (la carreta cargada de gavillas, el joven león en su madriguera gruñendo sobre su presa, la red levantándose y atrapando al pájaro, el pastor rescatando los restos de la oveja de la boca del león, la conducción del ganado, etc.);
en segundo lugar, hay una estrecha concordancia entre el estado del Reino del Norte bajo Jeroboam II, según lo describe Amós, y el de ese mismo reino tal como se nos da a conocer en el segundo libro de los Reyes y la profecía de Oseas que son comúnmente asignados al mismo siglo (el VIII a.C.).
Es cierto que algunos críticos destacados han cuestionado seriamente la autoría de numerosos pasajes de Amós, y notablemente de 9,8c-15. Pero respecto a la mayoría, si no de hecho a todos esos pasajes, puede afirmarse con seguridad que los argumentos contra la autoría no son estrictamente concluyentes. Además, aunque se aceptara el origen tardío de todos esos pasajes, la opinión tradicional sobre la autoría y fecha del libro en su conjunto no se perjudicaría.
ENSEÑANZAS RELIGIOSAS DE AMÓS
Dos hechos contribuyen a dar una especial importancia a la doctrina religiosa de Amós. Por un lado, sus profecías son casi universalmente consideradas como auténticas, y por el otro, su obra es probablemente el escrito profético más antiguo que ha llegado hasta nosotros. Así que el libro de Amós nos proporciona información muy valiosa relativa a las creencias del siglo VIII antes de Cristo, y de hecho, respecto a las de algún tiempo anterior, puesto que, al comunicar el mensaje divino a sus contemporáneos, el profeta siempre da por sentado que están familiarizados con las verdades a las que apela. Amós enseña un monoteísmo muy puro. En todo su libro no hay tanta referencia a otras deidades como al Dios de Israel. A menudo habla del “Señor de los Ejércitos”, queriendo decir con ello que Dios tiene incontables fuerzas y poderes a sus órdenes, en otras palabras, que es omnipotente. Su descripción de los atributos divinos muestra que según su concepción Dios es el Creador y Gobernante de todas las cosas en el cielo y en la tierra; gobierna las naciones en general, tanto como los cuerpos celestiales y los elementos de la naturaleza; es un Dios personal y justo que castiga los crímenes de todos los hombres, tanto si pertenecen a las naciones paganas como al pueblo escogido.
El profeta lanza invectivas repetidamente contra las falsas nociones que tenían sus contemporáneos de la relación de Dios con Israel. No niega que el Señor es su Dios de una manera especial. Pero arguye que sus beneficios a ellos en el pasado, en vez de ser una razón para que se entreguen con seguridad a pecados odiosos a la santidad de Dios, en realidad aumentan su culpa y deben hacerles temer un castigo más severo. No niega que se deben ofrecer sacrificios a la Majestad Divina; pero declara muy enfáticamente que su mero ofrecimiento exterior no complace a Dios y no puede aplacar su ira. El día del Señor, que es el día de la retribución, los israelitas que sean encontrados culpables de los mismos crímenes que las naciones paganas serán responsables por ellos severamente. Es cierto que Amós discute con sus contemporáneos de una manera concreta, y que por consiguiente no formula principios abstractos. Sin embargo, su libro está repleto de verdades que nunca llegarán a ser superfluas u obsoletas.
Finalmente, cualquiera que sea la opinión que pueda tenerse de la autoría de la parte final del libro de Amós (9,8c-15), la referencia mesiánica del pasaje será fácilmente admitida por todos los que creen en la existencia de lo sobrenatural. Puede añadirse también que esta profecía mesiánica se formula de una manera que no presenta objeciones insuperables a la opinión tradicional que considera a Amós como su autor.
Bibliografía: Para una referencia a las introducciones al Antiguo Testamento, ver la Bibliografía de AGEO; Comentarios recientes sobre Amós por TROCHON (1886); KNABENBAUER (1886); ORELLI ( tr.ing., 1893); FILLION (1896); DRIVER (1898); SMITH (1896); MITCHELL (2ª ed., 1900); NOWACK (2ª ed., 1903); MARTI (1903); HORTON (1904).
Fuente: Gigot, Francis. "Amos." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907.
Traducido por Francisco Vázquez. L H M