258 - DÍAS LA SANTA BIBLIA
TEXTO Y AUDIO
El Antiguo Testamento
ISAIAS C.12
Capítulo 12
Canto de alabanza y acción de gracias
1 Tú dirás en aquel día: Te doy gracias, Señor, porque te habías irritado contra mí, pero se ha apartado tu ira y me has consolado.
2 Este es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación.
3 Ustedes sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación.
4 Y dirán en aquel día: Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, anuncien entre los pueblos sus proezas, proclamen qué sublime es su Nombre
5 Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso: ¡que sea conocido en toda la tierra!
6 ¡Aclama y grita de alegría. habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel!
Oráculos sobre los pueblos extranjeros
Anterior – Siguiente
Copyright © Libreria Editrice Vaticana
******
El Antiguo Testamento
ISAIAS C. 13
Capítulo 13
Oráculo sobre Babilonia
1 Oráculo sobre Babilonia, que Isaías, hijo de Amós, recibió en una visión:
2 Sobre un monte desierto alcen un estandarte, lancen un grito hacia ellos, agiten la mano, para que entren por las Puertas de los nobles.
3 Yo di una orden a los que me están consagrados, convoqué a los guerreros de mi ira. a los que se alegran de mi triunfo.
4 ¡Escuchen! ¡Un tumulto en las montañas, algo así como una inmensa muchedumbre! ¡Escuchen! ¡Un alboroto de reinos, de naciones congregadas! Es el Señor de los ejércitos que pasa revista al ejército para la batalla.
5 Ya vienen de un país lejano, desde los extremos del cielo, el Señor y los instrumentos de su furor para arrasar toda la tierra.
6 ¡Giman, porque está cerca el Día del Señor y viene del Devastador como una devastación!
7 por eso desfallecen todas las manos y se descorazonan todos los mortales.
8 Se llenan de espanto, dolores y convulsiones los invaden, se retuercen como una parturienta se miran unos a otros con estupor, sus rostros están encendidos como llamas.
9 ¡Miren! Ahí llega el Día del Señor, día cruel, de furor y de ira ardiente, para hacer de la tierra una devastación y exterminar de ella a los pecadores.
10 Porque los astros del cielo y sus constelaciones no irradiarán más su luz; el sol se oscurecerá al salir y la luna dejará de brillar.
11 Yo castigaré al mundo por su maldad y a los malvados por su iniquidad. Pondré fin al orgullo de los arrogantes y humillaré la soberbia de los violentos
12 Haré a los mortales más escasos que el otro fino, a los hombres, más escasos que el otro de Ofir.
13 Por eso, haré temblar los cielos, y la tierra se moverá de su sitio bajo el furor del Señor de los ejércitos, en el día de su ira ardiente.
14 Entonces, como una gacela espantada y como un rebaño al que nadie congrega cada uno se volverá a su pueblo. cada uno huirá a su país.
15 Todo el que sea descubierto, será traspasado. y el que sea apresado, caerá bajo la espada.
16 Sus niños pequeños serán estrellado ante sus ojos, sus casas saqueadas y sus mujeres violadas.
17 ¡Miren! Yo suscrito contra ellos a los medos, que no estiman la plata, ni les importa el oro:
18 sus arcos acribillarán a los jóvenes, no se apiadarán del fruto de las entrañas ni sentirán compasión por los niños.
19 Babilonia, hermosura de los reinos, gloria y orgullo de los caldeos, soportará la misma catástrofe que Dios envió a Sodoma y Gomorra.
20 Quedará despoblada para siempre, no la habitarán a lo largo de las generaciones; allí el árabe no plantará su carpa ni los pastores apacentarán sus rebaños.
21 Allí se apacentarán las fieras del desierto y los búhos llenarán sus casas; allí anidarán los avestruces y danzarán los sátiros;
22 las hienas aullarán en sus mansiones y los chacales en sus palacios suntuosos. Su hora ya está por llegar y no serán prolongados sus días.
Anterior – Siguiente
Copyright © Libreria Editrice Vaticana
******
El Nuevo Testamento
SEGUNDA CARTA
A LOS CORINTIOS C. 5
Capítulo 5
1 Nosotros sabemos, en efecto, que si esta tienda de campaña –nuestra morada terrenal– es destruida, tenemos una casa permanente en el cielo, no construida por el hombre, sino por Dios.
2 Por eso, ahora gemimos deseando ardientemente revestirnos de aquella morada celestial;
3 porque una vez que nos hayamos revestido en ella, ya no nos encontraremos desnudos.
4 Mientras estamos en esta tienda de campaña, gemimos angustiosamente, porque no queremos ser desvestidos, sino revestirnos, a fin de que lo que es mortal sea absorbido por la vida.
5 Y aquel que nos destinó para esto es el mismo Dios que nos dio las primicias del Espíritu.
6 Por eso, nos sentimos plenamente seguros, sabiendo que habitar en este cuerpo es vivir en el exilio, lejos del Señor;
7 porque nosotros caminamos en la fe y todavía no vemos claramente.
8 Sí, nos sentimos plenamente seguros, y por eso, preferimos dejar este cuerpo para estar junto al Señor;
9 en definitiva, sea que vivamos en este cuerpo o fuera de él, nuestro único deseo es agradarlo.
10 Porque todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba, de acuerdo con sus obras buenas o malas, lo que mereció durante su vida mortal.
11 Por lo tanto, compenetrados del temor del Señor, tratamos de persuadir a los hombres. Dios ya nos conoce plenamente, y espero que también ustedes nos conozcan de la misma manera.
12 No pretendemos volver a recomendarnos delante de ustedes: solamente queremos darles un motivo para que se sientan orgullosos de nosotros y puedan responder a los que se glorían de lo exterior y no de lo que hay en el corazón.
13 En efecto, si hemos procedido como insensatos, lo hicimos por Dios; y si somos razonables, es por ustedes.
14 Porque el amor de Cristo nos apremia, al considerar que si uno solo murió por todos, entonces todos han muerto.
15 Y él murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
16 Por eso nosotros, de ahora en adelante, ya no conocemos a nadie con criterios puramente humanos; y si conocimos a Cristo de esa manera, ya no lo conocemos más así.
17 El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente.
18 Y todo esto procede de Dios, que nos reconcilió con él por intermedio de Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación.
19 Porque es Dios el que estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo, no teniendo en cuenta los pecados de los hombres, y confiándonos la palabra de la reconciliación.
20 Nosotros somos, entonces, embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por intermedio nuestro. Por eso, les suplicamos en nombre de Cristo: Déjense reconciliar con Dios.
21 A aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por él.
Anterior – Siguiente
Copyright © Libreria Editrice Vaticana
******
|