DIA 313-Jeremías 52 Eclesiástico 23,1-15 Juan 11,28-57



Jeremías 52
1 Sedecías tenía veintiún años cuando comenzó a reinar, y reinó once años en Jerusalén. Su madre se llamaba Jamutal, hija de Jeremías, y era de Libná.
2 El hizo lo que es malo a los ojos del Señor, tal como lo había hecho Joaquím.
3 Esto sucedió en Jerusalén y en Judá a causa de la ira del Señor, hasta que al fin, él los arrojó lejos de su presencia. Sedecías se rebeló contra el rey de Babilonia.
4 El noveno año del reinado de Sedecías, el día diez del décimo mes, Nabucodonosor, rey de Babilonia, llegó con todo su ejército contra Jerusalén. Ellos acamparon frente a la ciudad y la cercaron con una empalizada.
5 La ciudad estuvo bajo el asedio hasta el año undécimo del rey Sedecías.
6 En el cuarto mes, el día nueve del mes, mientras apretaba el hambre en la ciudad y no había más pan para la gente del país,
7 se abrió una brecha en la ciudad. Entonces huyeron todos los hombres de guerra, saliendo de la ciudad durante la noche, por el camino de la puerta entre las dos murallas que está cerca del jardín del rey; y mientras los caldeos rodeaban la ciudad, ellos tomaron el camino de la Arabá.
8 Las tropas de los caldeos persiguieron al rey, y alcanzaron a Sedecías en las estepas de Jericó, donde se desbandó todo su ejército, dejándolo solo.
9 Los caldeos capturaron al rey y lo hicieron subir hasta Riblá, en el país de Jamat, ante el rey de Babilonia, que dictó sentencia contra él.
10 El rey de Babilonia hizo degollar a los hijos de Sedecías ante sus propios ojos, y también a todos los jefes de Judá, en Riblá.
11 Luego le sacó los ojos a Sedecías y lo ató con una doble cadena de bronce. Así lo llevó a Babilonia, donde lo tuvo prisionero hasta el día de su muerte.
12 El día diez del quinto mes –era el decimonoveno año de Nabucodonosor, rey de Babilonia– Nebuzaradán, comandante de la guardia, que prestaba servicios ante el rey de Babilonia, entró en Jerusalén.
13 Incendió la Casa del Señor, la casa del rey y todas las casas de Jerusalén, y prendió fuego a todas las casas de los nobles.
14 Después, el ejército de los caldeos que estaba con el comandante de la guardia derribó todas las murallas que rodeaban a Jerusalén.
15 Nebuzaradán, el comandante de la guardia, deportó a toda la población que había quedado en la ciudad, a los desertores que se habían pasado al rey de Babilonia y al resto de los artesanos.
16 Pero dejó una parte de la gente pobre del país como viñadores y cultivadores.
17 Además, los caldeos hicieron pedazos las columnas de bronce de la Casa del Señor, las bases y el Mar de bronce que estaba en la Casa del Señor, y se llevaron todo el bronce a Babilonia.
18 Tomaron también las ollas, las palas, los cuchillos, los aspersorios, las fuentes y todos los utensilios de bronce que servían para el culto.
19 El comandante de la guardia tomó asimismo las palanganas, los pebeteros, los aspersorios, las ollas, los candelabros, las fuentes y las bandejas: todos los objetos de oro y plata.
20 En cuanto a las dos columnas, al único Mar de bronce, a los doce bueyes de bronce que los sostenían y a las bases que había hecho el rey Salomón para la Casa del Señor, no se podía evaluar el peso de bronce de todos esos objetos.
21 En lo que respecta a las columnas, la altura de una columna era de nueve metros; un hilo de seis metros medía su circunferencia; su espesor era de cuatro dedos, y era hueca por dentro.
22 Estaba rematada por un capitel de bronce, y la altura del capitel era de dos metros y medio. Sobre el capitel, todo alrededor, había una moldura en forma de red y de granadas, todo de bronce. La segunda columna, con sus granadas, era igual a la primera.
23 Había noventa y seis granadas que sobresalían en relieve, y las granadas eran cien en total, alrededor de toda la red.
24 El comandante de la guardia apresó a Seraías, el sumo sacerdote, a Sefanías, el segundo sacerdote, y a los tres guardianes del umbral.
25 En la ciudad apresó también a un eunuco, que estaba al frente de los hombres de guerra, a siete hombres del servicio personal del rey que fueron sorprendidos en la ciudad, al secretario del jefe del ejército, encargado de enrolar al pueblo del país, y a sesenta hombres del pueblo que estaban en medio de la ciudad.
26 Después de tomarlos prisioneros, Nebuzaradán, comandante de la guardia, los llevó ante el rey de Babilonia, a Riblá.
27 El rey de Babilonia los mandó golpear y ejecutar en Riblá, en el país de Jamat. Así fue deportado Judá lejos de su tierra.
28 Este es el número de la población deportada por Nabucodonosor: en el séptimo año, 3.023 judíos;
29 en el año decimoctavo de Nabucodonosor, de Jerusalén, 832 personas;
30 en el año vigésimo tercero de Nabucodonosor, Nebuzaradán, comandante de la guardia, deportó a 745 judíos. En total: 4.600 personas.
31 El trigésimo séptimo año de la deportación de Joaquín, rey de Judá, el día veinticinco del duodécimo mes, Evil Merodac, rey de Babilonia, en el año de su entronización, indultó a Joaquín, rey de Judá, y lo hizo salir de la prisión.
32 Le habló amigablemente y le asignó un sitial más elevado que el de los reyes que estaban con él en Babilonia.
33 Le hizo cambiar su ropa de prisionero, y Joaquín comió siempre en su presencia, durante toda su vida.
34 Su mantenimiento fue asegurado por el rey de Babilonia con una asignación regular para cada día, hasta el día de su muerte, durante toda su vida.



Eclesiástico 23,1-15
1 ¿Has pecado, hijo mío? No lo vuelvas a hacer, y pide perdón por tus faltas pasadas.
2 Huye del pecado como de una serpiente, porque si te acercas,, te morderá; sus dientes son dientes de león, que arrebatan la vida de los hombres.
3 Toda transgresión es como espada de dos filos: no hay remedio para su herida.
4 La violencia y la soberbia hacen perder las riquezas: así será arrasada la casa del orgulloso.
5 La oración del pobre va de su boca a los oídos del Señor, y la sentencia divina no se hace esperar.
6 El que odia la reprensión sigue las huella del pecador, pero el que teme al Señor se arrepiente de corazón.
7 Al charlatán se lo reconoce desde lejos, el hombre reflexivo le descubre sus deslices.
8 El que edifica su casa con dinero ajeno es como el que amontona piedras para el invierno.
9 Una banda de malhechores es como un montón de estopa, y su fin es la llama del fuego.
10 El camino de los pecadores está despejado de piedras, pero desemboca en lo profundo del Abismo.
11 El que observa la Ley domina sus inclinaciones, y el temor del Señor es la culminación de la sabiduría.
12 El que no es habilidoso no puede aprender, pero hay una habilidad que produce amargura.
13 La ciencia del sabio crece como una inundación y su consejo es como fuente de vida.
14 La mente del necio es como un vaso roto: no retiene ningún conocimiento.
15 Si un hombre instruido oye una palabra sabia, la aprueba y le añade algo de lo suyo; si la oye un alocado, le desagrada, y la echa detrás de sus espaldas.


Juan 11,28-57
28 Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama».
29 Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro.
30 Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado.
31 Los Judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí.
32 María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto».
33 Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado,
34 preguntó: «¿Dónde lo pusieron?». Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás».
35 Y Jesús lloró.
36 Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!».
37 Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?».
38 Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima,
39 y le dijo: «Quiten la piedra». Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto».
40 Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?».
41 Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste.
42 Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
43 Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!».
44 El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar».
45 Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.
46 Pero otros fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho.
47 Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos.
48 Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro Lugar santo y nuestra nación».
49 Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: «Ustedes no comprenden nada.
50 ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?».
51 No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación,
52 y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos.
53 A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús.
54 Por eso él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraím, y allí permaneció con sus discípulos.
55 Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse.
56 Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: «¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?».
57 Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno conocía el lugar donde él se encontraba, lo hiciera saber para detenerlo.