Al caer la ciudad de Jerusalén en manos de los caldeos, éstos deportaron a Babilonia a un gran número de cautivos, entre ellos iba Ezequiel. Los deportados lloraron a orillas de los ríos de Babilonia, acordándose de Jerusalén.
Los judíos deportados acusaban a Dios de ser injusto con ellos, al no haberlos cuidado y evitado que los o. Ezequiel les hizo ver que pasarían muchos años en Babilonia y que debían ser justos y dejar de adorar a los ídolos.
En Jerusalén, los caldeos habían puesto a un nuevo rey, pero los pecados continuaban. Desde Babionia, Ezequiel anunció el castigo y cómo la Ciudad Santa sería castigada y Dios la abandonaría.
Poco después las profecías de Ezequiel se cumplían. Los caldeos volvieron a atacar Jerusalén y esta vez la destruyeron, demoliendo el templo y derribando sus murallas. Esta vez también deportaron a Babilonia a muchos judíos.
Ante la depresión que se apoderó de todos los deportados, Ezequiel empieza a animarlos hablándoles de que el templo se reconstruirá y de que Dios les dará un corazón nuevo para que en ellos reina le justicia.
En una foto de sus profecías habla de la T que deben llevar en la frente los que se duelan de los pecados que se cometen contra Dios y contra los hombres. En esta T se ha visto un anuncio del signo de la Cruz que preside la vida cristiana.
La idea central de todo lo que presenta el libro de Ezequiel en la biblia es que hay que poner a Dios como el centro de todo, porque es tan grande y maravilloso que, ante Él, todo lo demás no es nada.
Fuente: Revista Gesto (nº 135)