SANTA MISA DE HOY DOMINGO EN LA IMAGEN
314 - LA SANTA BIBLIA
TEXTO Y AUDIO
Capítulo 5
1 ¡Recuerda Señor, lo que nos ha sucedido, mira y contempla nuestro oprobio!
2 Nuestra herencia pasó a manos de extranjeros, nuestras casas, a manos de extraños.
3 Estamos huérfanos, sin padre, nuestras madres son como viudas.
4 Tenemos que pagar el agua que bebemos, la leña nos cuesta dinero.
5 Somos empujados con el yugo al cuello, estamos fatigados, no nos dan respiro.
6 Tendemos las manos hacia Egipto, hacia Asiria, para saciarnos de pan.
7 Nuestros padres pecaron, y ya no existen: nosotros cargamos con sus culpas.
8 Estamos dominados por esclavos y nadie nos arranca de sus manos.
9 Arriesgamos la vida para conseguir nuestro pan, afrontando la espada del desierto.
10 Nuestra piel quema como un horno, por los ardores del hambre.
11 Han violado a las mujeres en Sión, a las vírgenes en las ciudades de Judá.
12 Los príncipes fueron colgados de las manos, no se respetó la dignidad de los ancianos.
13 Los jóvenes arrastraron la piedra de moler, los niños se doblaron bajo el peso de la leña.
14 Los ancianos ya no acuden a la puerta de la ciudad, los jóvenes ya no tocan sus cítaras.
15 Cesó la alegría de nuestro corazón, nuestra danza se ha cambiado en luto.
16 Se ha caído la corona de nuestras cabezas: ¡ay de nosotros, porque hemos pecado!
17 Por esto nuestro corazón está dolorido, por esto se nublan nuestros ojos:
18 porque el monte Sión está desolado y los zorros se pasean por él.
19 Pero tú, Señor, reinas para siempre, tu trono permanece eternamente.
20 ¿Por qué nos tendrás siempre olvidados y nos abandonarás toda la vida?
21 ¡Vuélvenos hacia ti, Señor, y volveremos: renueva nuestros días como en los tiempos pasados!
22 ¿O es que nos has desechado completamente y te has irritado con nosotros sin medida?
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El Nuevo Testamento
CARTA A LOS
HEBREOS C. 6
Capítulo 6
1 Por eso, dejando a un lado la enseñanza elemental sobre Cristo, vayamos a lo más perfecto, sin volver otra vez sobre las verdades fundamentales, como el arrepentimiento por las obras que llevan a la muerte y la fe en Dios.
2 la instrucción sobre los bautismos y la imposición de las manos, la resurrección de los muertos y el juicio eterno.
3 Esto es lo que vamos a hacer, si Dios lo permite.
4 Porque a los que una vez fueron iluminados y gustaron el don celestial, a los que participaron del Espíritu Santo
5 y saborearon la buena Palabra de Dios y las maravillas del mundo venidero,
6 y a pesar de todo recayeron, es imposible renovarlos otra vez elevándolos a la conversión, ya que ellos por su cuenta vuelven a crucificar al Hijo de Dios y lo exponen a la burla de todos.
7 Cuando la tierra es regada por abundantes lluvias y produce una buena vegetación para los que la cultivan, recibe de Dios su parte de bendición.
8 Pero si no produce más que espinas y abrojos, no tiene ningún valor, su maldición está próxima y terminará por ser quemada.
9 Queridos hermanos, aunque nos hayamos expresado de este modo, estamos convencidos de que ustedes se encuentran en la condición mejor, la que conduce a la salvación.
10 Porque Dios no es injusto para olvidarse de lo que ustedes han hecho y del amor que tienen por su Nombre, ese amor demostrado en el servicio que han prestado y siguen prestando a los santos.
11 Solamente deseamos que cada uno muestre siempre el mismo celo para asegurar el cumplimento de su esperanza.
12 Así, en lugar de dejarse estar perezosamente, imitarán el ejemplo de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.
13 Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, como no podía jurar por alguien mayor que él, juró por sí mismo,
14 diciendo: Sí, yo te colmaré de bendiciones y te daré una descendencia numerosa.
15 Y por su paciencia, Abraham vio la realización de esta promesa.
16 Los hombres acostumbran a jurar por algo más grande que ellos, y lo que se confirma con un juramento queda fuera de toda discusión.
17 Por eso Dios, queriendo dar a los herederos de la promesa una prueba más clara de que su decisión era irrevocable, la garantizó con un juramento.
18 De esa manera, hay dos realidades irrevocables –la promesa y el juramento– en las que Dios no puede engañarnos. Y gracias a ellas, nosotros, los que acudimos a él, nos sentimos poderosamente estimulados a aferrarnos a la esperanza que se nos ofrece.
19 Esta esperanza que nosotros tenemos, es como un ancla del alma, sólida y firme, que penetra más allá del velo,
20 allí mismo donde Jesús entró por nosotros, como precursor, convertido en Sumo Sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.
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