DIA 86-Números 36 Salmo 87 Hechos 19,21-40



Números 36
La herencia de la mujer casada
1 Los jefes de familia del clan de Galaad, hijo de Maquir, hijo de Manasés, uno de los clanes de José, se acercaron y dijeron a Moisés ante los jefes de las familias israelitas.
2 «Yavé te mandó que dieras la tierra en herencia por suertes a los hijos de Israel y recibiste orden de Yavé de dar la herencia de Selofjad, nuestro hermano, a sus hijas. 3 Resulta que, si se casan con alguno de otra tribu de Israel, su parte se restará de la herencia de nuestras familias y se añadirá a la herencia de la tribu a la que van a pertenecer. Esta herencia se quitará de lo que nos tocó en suerte y, 4 cuando llegue el año del jubileo para los hijos de Israel, la herencia de ellas se añadirá a la de la tribu a la que van a pertenecer y se restará de la herencia de la tribu de nuestros padres.»
5 Moisés, según la orden de Yavé, mandó lo siguiente a los hijos de Israel: «Los hijos de la tribu de José tienen la razón. 6 Esta es la respuesta de Yavé referente a las hijas de Selofjad: Tomarán por esposos a los que bien les parezcan, con tal de que éstos pertenezcan a un clan de la tribu de su padre. 7 Con eso la herencia de los israelitas no pasará de una tribu a otra, sino que cada uno estará vinculado a la herencia de la tribu de sus padres.
8 Toda hija que tenga una herencia en una de las tribus de Israel se casará con uno de la tribu de su padre. Con eso cada uno de los israelitas conservará la herencia de sus padres; 9 la herencia no pasará de una tribu a otra, sino que cada una de las tribus de Israel quedará ligada a su heredad.»
10 Las hijas de Selofjad, pues, hicieron tal como Yavé había mandado a Moisés; 11 Majlá, Tirsá, Joglá, Milcá y Noá tomaron como esposos gente de su parentesco. 12 Se casaron con los hijos de sus tíos paternos, de la familia de Manasés, hijo de José, y la posesión que se les había adjudicado se conservó en la tribu de su padre.
13 Estas son las leyes y los mandatos que Yavé dio, por medio de Moisés, a los hijos de Israel en las estepas de Moab, en las orillas del Jordán, enfrente de Jericó.



Salmo 87
Mi Dios ama las puertas de Sión.
—El salmista recuerda que Dios ha elegido a Jerusalén-Sión, o sea a la Iglesia, como capital de su pueblo y madre de todas las naciones.
1 La ciudad que fundó en los montes santos,
2 las puertas de Sión, ama el Señor
2 más que todas las moradas de Jacob.
3 De ti se dicen cosas admirables,
3 ciudad de Dios.
4 Hablamos entre amigos de Egipto y Babilonia,
4 luego, de Tiro, Filistea y Etiopía:
4 tal y cual han nacido aquí o allá.
5 Mas de Sión se dirá: «Es la madre,
5 porque en ella todos han nacido
5 y quien la fundó es el Altísimo».
6 El Señor inscribe a los pueblos en el registro:
6 «Este en ella nació, éste también».
7 Mientras tanto en ti todos se alegran
7 con cantos y con bailes.



Hechos 19,21-40
El motín de los orfebres

21 Después de todos estos acontecimientos, Pablo tomó su decisión en el Espíritu: ir a Jerusalén pasando por Macedonia y Acaya. Y decía: «Después de llegar allí, tengo que ir también a Roma.» 22 Envió a Macedonia a dos de sus auxiliares, a Timoteo y a Erasto, mientras él se quedaba por algún tiempo más en Asia.
23 Fue en ese tiempo cuando se produjo un gran tumulto en la ciudad a causa del camino. 24 Un platero, llamado Demetrio, fabricaba figuritas de plata del templo de Artemisa, y con esto procuraba buenas ganancias a los artífices. 25 Reunió a éstos junto con otros que vivían de artes parecidas y les dijo: «Compañeros, ustedes saben que esta industria es la que nos deja las mayores ganancias. 26 Pero como ustedes mismos pueden ver y oír, ese Pablo ha cambiado la mente de muchísimas personas, no sólo en Efeso, sino en casi toda la provincia de Asia. Según él, los dioses no pueden salir de manos humanas. 27 No son sólo nuestros intereses los que salen perjudicados, sino que también el templo de la gran diosa Artemisa corre peligro de ser desprestigiado. Al final se acabará la fama de aquella a quien adora toda el Asia y el mundo entero.»
28 Este discurso despertó el furor de los oyentes y empezaron a gritar: «¡Grande es la Artemisa de los Efesios!» 29 El tumulto se propagó por toda la ciudad. La gente se precipitó al teatro arrastrando consigo a Gayo y Aristarco, dos macedonios, compañeros de viaje de Pablo.
30 Pablo quería enfrentarse con la muchedumbre, pero los discípulos no lo dejaron. 31 Incluso algunos consejeros, amigos suyos, de la provincia de Asia, le mandaron a decir que no se arriesgara a ir al tea tro. 32 Mientras tanto la asamblea estaba sumida en una gran confusión. Unos gritaban una cosa, otros otra, y la mayor parte no sabían ni por qué estaban allí.
33 En cierto momento algunos hicieron salir de entre la gente a un tal Alejandro, a quien los judíos empujaban adelante. Quería justificarlos ante el pueblo y pidió silencio con la mano. 34 Pero cuando se dieron cuenta de que era judío, todos a una voz se pusieron a gritar, y durante casi dos horas sólo se oyó este grito: «¡Grande es la Artemisa de los efesios!»
35 Al fin el secretario de la ciudad logró calmar a la multitud y dijo: «Ciudadanos de Efeso, ¿quién no sabe que la ciudad de Éfeso guarda el templo de la gran Artemisa y su imagen caída del cielo? 36 Siendo esto algo tan evidente, conviene que ustedes se calmen y no cometan ninguna locura. 37 Estos hombres que han traído aquí no han profanado el templo ni han insultado a nuestra diosa. 38 Si Demetrio y sus artífices tienen cargos contra alguno, para eso están las audiencias y los magistrados: que presenten allí sus acusaciones. 39 Y si el asunto es de mayor importancia, que se resuelva en la asamblea legal. 40 ¿Han pensado ustedes que podríamos ser acusados de rebelión por lo ocurrido hoy? No tendríamos excusa alguna para justificar este tumulto.» 41 Y dicho esto, disolvió la asamblea.