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“El
día de Pentecostés, estando reunidos todos los creyentes, vino
repentinamente del cielo un estruendo, como de un vendaval, que llenó
por completo la casa donde se habían congregado. En seguida aparecieron,
como lenguas de fuego, unas llamas que se posaron sobre la cabeza de
cada uno de los presentes. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y
comenzaron a hablar en lenguas que no conocían, conforme a lo que el
Espíritu les daba que hablasen. Por aquellos días, a causa de la fiesta,
se había reunido en Jerusalén un gran número de judíos piadosos,
procedentes de muy distintas naciones. Al oir aquel estruendo, la
muchedumbre corrió a ver lo que estaba sucediendo; y todos se sentían
confusos, porque cada uno escuchaba en su propio idioma lo que decían
los apóstoles. Atónitos y maravillados, comentaban: ¿Cómo
es posible que a estos, que son galileos, les oigamos hablar en el
idioma de cada uno de nuestros países de origen? Entre nosotros hay
gente de Partia, Media, Elam y Mesopotamia; de Judea, Capadocia, Ponto,
Frigia y Panfilia; de Egipto y de las regiones africanas más allá de
Cirene. También hay romanos aquí residentes, tanto judíos como
prosélitos del judaísmo, y cretenses y árabes. Y todos les oímos contar
en nuestra propia lengua las obras maravillosas de Dios. Se preguntaban,
pues, atónitos y perplejos:” (Hch.2:1-11 CST)
Fuente:
Comics de Pentecostés extraído y adaptado del portal de la fe católica “infancia misionera”