La Liturgia en la misa 2

LA PALABRA DE DIOS VIVIDA EN LA LITURGIA
«La importancia de la Sagrada Escritura en la celebración de la liturgia es sumamente grande, puesto que de ella se toman las lecturas que luego se explican con la homilía y los salmos que se cantan» (SC 24)

Generalidades
La Palabra de Dios ocupa un puesto preeminente en la celebración litúrgica, pues es vital para la comunidad cristiana: «la Iglesia se edifica y crece escuchando la Palabra de Dios» (OLM 7: Ordenación de las Lecturas de la Misa, 1981, 2ª. edición típica). Por eso «la Iglesia siempre ha venerado las Sagradas Escrituras como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo» (DV 21).

En el Concilio fueron los documentos sobre la revelación (DV: Dei Verbum), sobre la Iglesia (LG: Lumen Gentium) y la liturgia (SC: Sacrosanctum Concilium) los que más subrayan esta renovada estimación hacia la Palabra. En el magisterio posterior destacan en este sentido documentos como “La Enagelización en el mundo contemporáneo” (EN: Evagelii Nuntiandi), de Pablo VI en 1975; “La catequesis en nuestro tiempo”, de Juan Pablo II en 1979 (CT: Catechesi Tradendae ); “La misión del redentor”, de Juan Pablo II en 1990 (RM: Redemptoris Missio). Cf. También las páginas de Juan Pablo II dedicada a la palabra de Dios en sus cartas “Vicesimus Quintus annus” de 1988, n. 8; “Dominicae Cenae”, de 1980 n. 10 y recientemente en su Carta apostólica, , “Dies Domini”, n. 39-41, del 31 de mayo de 1998, sobre la santificación del domingo.

En el centro de la comunidad cristiana se encuentra siempre el misterio pascual de Jesucristo. Este acontecimiento central y cualquier otro aspecto de la economía salvífica se convierte en objeto de una celebración litúrgica desde el momento en que son anunciados, proclamados y celebrados en la Liturgia de la Palabra.

Por lo tanto, queremos resaltar en este tema la importancia de la lectura-proclamación de la Palabra divina como fundamento del diálogo entre Dios y su Pueblo y uno de los modos de la presencia de Cristo en la Liturgia.

La Sagrada Escritura vivida en la Historia
Antes de ver el proceso de la Palabra de Dios celebrada en la historia debemos resaltar el hecho que, todas las liturgias de Oriente y Occidente han reservado un puesto privilegiado a la Sagrada Escritura en todas sus celebraciones. La versión de los LXX fue el primer libro litúrgico de la Iglesia (cf. 2 Tim 3,15-16).

El aprecio y la celebración de la Palabra de Dios ya era un valor heredado de los judíos: desde las grandes asambleas del AT, para escuchar la palabra (Ex 19-24, Neh 8-9) y la estructura de la celebración en el culto sinagogal, centrado en las lecturas bíblicas y en la oración de los salmos. Era fácil de ahí el paso a la celebración cristiana, con la conciencia de que Dios, que había hablado a su pueblo por boca de los profetas, ahora nos ha dirigido su palabra por medio de su Hijo (cf. Heb 1,1-2), la Palabra hecha persona (Jn 1,14).

El propio Jesús, que citaba las Escrituras del Antiguo Testamento, aplicándolas a su persona y a su obra, no solamente mandó acudir a la Biblia para entender su mensaje (Jn 5, 39), sino que, además, nos dio ejemplo ejerciendo el ministerio del lector y del homileta en la sinagoga de Nazareth (cf. Lc 4,16-21) y explicando a los discípulos de Emaús «cuanto se refería a él comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas» (cf. Lc 24,27), antes de realizar la «fracción del pan» (cf. Lc 24,30). En efecto, después de la resurrección hizo entrega a los discípulos del sentido último de las Escrituras, al «abrirles las inteligencias» para que las comprendiesen (cf. Lc 24,44-45).

Hacia el año 155, en Roma, San Justino dejó escrita la más antigua descripción de la eucaristía dominical. La celebración comenzaba con la Liturgia de la Palabra (cf. San Justino, I Apología 67). Es muy probable que, desde el principio, la liturgia cristiana siguiera la práctica sinagogal de proclamar la Palabra de Dios en las reuniones de oración y en particular en la Eucaristía (cf. Hch 20,7-11). Por otra parte, es fácilmente comprensible que, cuando empezaron a circular por las Iglesias los «los recuerdos de los Apóstoles», su lectura se añadiese a la del Antiguo Testamento. Más aún, muchas de las páginas del Nuevo Testamento han sido escritas después de haber formado parte de la transmisión oral en un contexto litúrgico.

La proclamación de la Palabra es un hecho constante y universal en la historia del culto cristiano, de manera que no hay rito litúrgico que no tenga varios leccionarios, en los que ha distribuido la lectura de la Palabra de Dios de acuerdo con el calendario y las necesidades pastorales de la respectiva Iglesia.

La Sagrada Escritura en la teología del Vaticano II
El Concilio Vaticano II no dudo en referirse a los leccionarios de la Palabra de Dios como tesoros bíblicos de la Iglesia, disponiendo que se abriera con mayor amplitud (SC 51; cf. 92). En este sentido el Concilio afirmó también la importancia de la Sagrada Escritura en la Celebración de la liturgia (cf. SC 24).

Esta abundancia obedece a la convicción de la presencia del Señor en la Palabra proclamada. «En efecto; en la Liturgia Dios habla a su pueblo y Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios, ya con el canto ya con la oración.» (SC 33). La Iglesia sabe que, cuando abre las Escrituras, encuentra siempre en ellas la Palabra divina y la acción del Espíritu, por quien la «voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia» (DV 8; cf. 9, 21).

La Palabra leída y proclamada en la liturgia es uno de los modos de la presencia del Señor junto a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica : «Está presente con su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura» (SC 7). En efecto, la Palabra encarnada «resuena» en todas las Sagradas Escrituras, que han sido inspiradas por el Espíritu Santo con vistas a Cristo, en quien culmina la revelación divina (cf. DV 11-12; 15-16, etc.).

La misma homilía, cuya misión es ser «una proclamación de las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación o misterio de Cristo: misterio, que está siempre presente y activo en nosotros, particularmente en las celebraciones litúrgicas.» (SC 35,2; cf. 52), goza también de una cierta presencia del Señor, como afirma el papa Pablo VI: «(Cristo) está presente en su Iglesia que predica, puesto que el Evangelio que ella anuncia es la Palabra de Dios y solamente se anuncia en el nombre, con la autoridad y con las asistencia de Cristo...» (cf. Mysterium Fidei , n. 20).

El leccionario, dinamismo celebrativo de la Palabra de Dios
Se llama leccionario al libro que contiene un sistema organizado de lecturas bíblicas para su uso en las celebraciones litúrgicas, aunque también se aplica al de las páginas patrísticas del Oficio de Lecturas (antiguo oficio de Maitines, hoy celebración basada en una más abundantes meditación de la Palabra de Dios que puede hacerse a cualquier hora del día [cf. OGLH 55]), y que mantiene no obstante, el carácter nocturno de la liturgia coral [cf. SC 88]).

Como ya hemos intuido, la comunidad cristiana al principio leía directamente la Biblia, con amplia libertad de elección, «mientras el tiempo lo permite», como decía el año 150 San Justino. Pero pronto se vio la conveniencia de una selección de lecturas para los diversos tiempos y fiestas. Según el modo de indicar las varias perícopas o unidades de lectura bíblica este libro se fue llamando «capitulare», que señalaba las primeras y las últimas palabras de cada pasaje, o bien «comes» o «liber comitis» -en la liturgia hispánica «liber commicus»- (de «comma», sección, coma), en que constan las lecturas íntegras. Según los contenidos, más tarde se diversificaron el «epistolario» y el «evangeliario», cuando se organizaron por separado esas lecturas.

Las diversas familias litúrgicas de Oriente y Occidente fueron configurando con criterios de selección propios sus leccionarios. Casi siempre fueron fieles a las tres lecturas: el profeta, el apóstol y el evangelio, para la Eucaristía. Algunos de los más antiguos y famosos son el «Comes de Würzburg», el más antiguo en Occidente, y el Leccionario armenio de Jerusalén, en Oriente.

En la reforma del Vaticano II, una de las realidades que más riqueza a aportado a la celebración son los nuevos Leccionarios. Antes teníamos un «misal plenario», con lecturas y oraciones juntas. Ahora el Misal Romano consta de dos libros: el Misal, que es el libro del altar o de las oraciones, y el Leccionario, el «Ordo Lectionum Missae» (=OLM). Este segundo está dividido en varios volúmenes: el leccionario dominical en tres ciclos, el ferial en dos, el santoral, el ritual para los sacramentos, el de las misas diversas y votivas, siguiendo así la consigna del Concilio de ofrecer al pueblo cristiano una selección más rica y más variada de la Palabra de Dios (cf. SC 51). La primera edición latina del nuevo Leccionario apareció en 1969. En 1981, al publicarse la segunda, se enriqueció notoriamente su introducción.

Hay Leccionario bíblico también para el Oficio de Lectura de la Liturgia de las Horas, con la peculariedad de que, además de la serie de lecturas que consta el libro oficial, se anunciaba ya desde el principio, aunque se ha tardado mucho en realizar oficialmente la idea, un leccionario bienal que permite leer íntegramenrte en dos años toda la Biblia, excepto el evangelio, que se reserva para la Misa (cf. IGLH 140-158).

Para las misas con niños, su Directorio (DMN 43) sugiere a las Conferencias Episcopales que, si lo creen conveniente, confeccionen un Leccionario para estas Misas. Para las cuarenta y seis Misas Votivas de la Virgen María (1987) también han aparecido los dos libros: el Misal con las Oraciones y el Leccionario.
El Leccionario usado en la celebración liutúrgica debe ser digno, decoroso, que manifieste en su misma apariencia el respeto que a la comunidad cristiana le merece su contenido: la Palabra que Dios nos dirige (cf. OLM 35-37). Por eso se rodea de signos de aprecio: el que proclama el Evangelio besa el Libro, que antes se puede llevar en procesión al inicio de la Misa e incensar en días festivos, etc.

El leccionario proclamado, domingo tras domingo, o día tras día, a la comunidad cristiana, es el mejor catecismo abierto, que continuamente alimenta y ayuda a profundizar la fe (cf. OLM 61).

El Salmo Responsorial parte integrante de la Liturgia de la Palabra
Aunque el testimonio de Justino, en el siglo II, no nos habla todavía de un salmo intercalado, sabemos que es antiquísima su existencia, heredada en la liturgia judía. En tiempo de San Agustín era de uno de los elementos preferidos de la Liturgia de la Palabra: él mismo, en sus homilías, lo cita con frecuencia y a veces lo convierte en tema principal de sus palabras.

En los siglos posteriores se fue dando más importancia a la música que al texto del salmo y se fue complicando su realización, convirtiéndose en patrimonio de especialistas, con el canto gregoriano de los «graduales» y «tractos». En la actual reforma se ha ido clarificando el papel de este salmo en el conjunto de la celebración de la Palabra. Al principio a veces se llamó «canto interleccional», pero luego se prefirió más ajustadamente llamarlo «salmo responsorial»: primero porque no es un canto cualquiera, sino un salmo; y además, porque su forma de realización es responsorial, o sea, la comunidad va respondiendo con su estribillo o antífona, a ser posible cantada, a las estrofas que va recitando o cantilando el salmista. En la liturgia hispánica se llama «psallendum».

La OLM, el nuevo Leccionario, describe la finalidad y las modalidades de realización de este salmo responsorial (OLM 19,22 y 56). Se trata de dar a la celebración un tono de serenidad contemplativa: el salmo prolonga poéticamente y ayuda a la comunidad a interiorizar el mensaje de la primera lectura bíblica. Por eso debe ser dicho «de la manera más apta para la meditación de la Palabra de Dios» (OLM 22), sobre todo el canto, porque éste «favorece la percepción del sentido espiritual del salmo y la meditación del mismo» (OLM 21).


LA PROCLAMACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS
La Proclamación de la Palabra de Dios es Misión Divina y Misión Humana

Jesús en su ultimo mandato se dirigió no solamente a los Sacerdotes y diáconos, sino también a nosotros los laicos, que tenemos también el legítimo derecho de proclamar la Palabra de Dios.

Mis hermanos y hermanas, cuando hablamos de proclamar la Palabra de Dios, estamos hablando de comunicar lo que Dios quiere decir a su pueblo, de lo que el Señor, creador y Padre de todos, quiere poner en la mente y el corazón de los que lo escuchan, siempre con la finalidad de que esa Palabra produzca frutos de vida eterna.

La comunicación es un arte a través del cual podemos llevar mensajes a los demás. Pero para que ese mensaje que queremos transmitir llegue, a los que nos oyen en una forma clara y precisa, es necesario que usemos los términos correctos.

A veces, no le damos gran importancia a las palabras que vamos a usar, porque en el común hablar nos entendemos. Sin embargo, así no debe ser, porque los vocablos tienen significados diferentes. Los cristianos católicos muchas veces confundimos la expresión "Decir la Misa" con "Celebrar la Misa", y usamos tanto una como la otra para significar lo mismo.

En realidad "Decir la Misa" no es lo mismo que "Celebrar la Misa", porque "Decir La Misa significa tomar un libro y leer lo que dice, pero "Celebrar la Misa" es algo más. Celebrar la Misa significa fiesta, alegría, participación, Celebrar el Sacrificio de Acción de Gracia al Señor. Por eso, no es adecuado preguntar "¿Quien va a decir la Misa?"; lo correcto será decir "¿Quien va a Celebrar La Santa Misa?".

Otro concepto que debemos entender es Ministerio. En Latín, la Palabra Ministerio significa Servicio. De ahí que un Ministro que ejerce un Ministerio es un servidor de la comunidad.

Cristo resume su vida no en ser servido, sino en servir, y esto nos pone de frente a la importancia que tiene el hecho de servir en cualquier ministerio. El ministerio, el servicio a los demás, nos asemeja a Cristo. El que no vive para servir, no sirve para vivir; en otras palabras, no está haciendo nada vivo. Por eso, todos debemos siempre preguntarnos, ¿Qué Ministerio estoy yo ejerciendo en mi comunidad?.

Las ultimas palabras de Cristo que encontramos en Mt. 28,19-20, y que se consideran como el mandato final de Jesús a los apóstoles son: "Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, Bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado" (Mt. 28, 19-20).

Estas palabras de Cristo son también para nosotros, y con ellas Cristo nos manda ir por todo el mundo predicando, ejerciendo el Ministerio de la Palabra. San Pablo nos dice también que la fe entra por la Palabra, y ese es el mandato de Cristo para todos nosotros.

San Marcos 16,15 nos dice: "Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la Creación". Y esa Buena Nueva la anunciamos cuando Predicamos y Proclamamos la Palabra de Dios. Nos sigue diciendo San Marcos 16,16, que "El que crea se Salvará y el que no crea se condenará". Por tanto, la fe viene con la Predicación de la Buena Nueva, por la profecía, recordando que profetizar no es tanto anunciar cosas desconocidas, sino dar a conocer lo que Dios dice a su pueblo, y el profeta lo dice solo por la acción de Espíritu que lo impulsa. Eso es profetizar.

Esta gran verdad lo confirma San Pedro cuando habla del Discurso que pronunció después de la Venida de Pentecostés sobre el Colegio apostólico. En Hechos 2,15, San Pedro nos dice: "No estamos borrachos como ustedes piensan, ya que apenas son las nueve de la mañana. Lo que pasa es que ha llegado lo que proclamó el profeta Joel". Joel anunció que el mismo Dios en Espíritu se derramaría sobre sus hijos e hijas, y todos los profetizaran.

Mis hermanos, Jesús en su último mandato se dirigió no solamente a los Sacerdotes y diáconos, sino también a nosotros los laicos, que tenemos también el legítimo derecho de proclamar la Palabra de Dios.

El Lector o Proclamador de la Palabra no solo tiene un oficio en la Iglesia; no es digamos un simple predicador o lector y nada más, como quizás mucho lo ven o lo entienden. El Proclamar la Palabra de Dios es una Dignidad, es una Misión Divina, y esa dignidad no la puede ejercer cualquier persona que simplemente lea bien, si antes no ha penetrado en el contenido de esa Palabra, si no vive el Mensaje de esa Palabra.

Cuando un lector proclama, está ejerciendo un Ministerio tan importante, como el del Sacerdote y el diácono. El Sacerdote no puede comer el Pan de la Eucaristía, si antes no se ha comido el Pan de la Palabra de Dios, porque tiene como oficio transmitir al pueblo los mandatos de Dios.

El Lector o Ministro de la Palabra, con su presencia y con su voz, debe respetar la dignidad de su ministerio. Hay conceptos muy prácticos que nos ayudan a comprender la dignidad del ministerio de la Proclamación de la Palabra. Y esto es algo muy importante, porque quizás sin pensarlo, a veces podemos minimizar o disminuir la dignidad de la Palabra de Dios en muchas, a veces con nuestra forma de vestir, a veces con nuestro comportamiento, a veces con el vocabulario, y otras veces con formas y actitudes que plantean ciertas interrogantes a los que nos observan.

En cualquier ministerio que sea, y digamos que muy especialmente para la Mesa de la Palabra, debemos usar la vestidura que exteriormente nos prepare para ese ministerio.

El altar es algo que se puede considerar como un escenario donde hay velas, manteles, etc. Hay también un personaje que es el Ministro, el Sacerdote, que también y según el tiempo litúrgico que esté viviendo la Iglesia, se viste de un color o de otro. Hay también servidores del altar, Ministros Especiales de la Eucaristía, y todo eso va creando un ambiente.

El Lector es parte de ese conjunto integrado, por lo que siempre debe presentarse con dignidad.

Debemos siempre recordar que aunque el lector es muy importante, es mucho más importante el Mensaje de Dios a su pueblo. La misión del lector no es más que poner su persona, que es algo secundario, y por tanto, debe presentarse con mucha humildad, y siempre listo y preparado en todo lo que el puede, para que la gente reciba el mensaje de Dios.


En la Celebración Eucarística hay dos grandes momentos: La Liturgia de la Palabra y la Liturgia de la Eucaristía. Esto no siempre ha sido visto así, porque antes se decía que la Misa tenía cinco grandes momentos, que eran:

1er. Momento: Desde su inicio hasta el final del Credo
2do.Momento: El Ofertorio
3er. Momento: La Consagración
4to. Momento: La Comunión, y
5to. Momento: La Oración final.

Pero el Concilio Vaticano II nos enseño que la Misa es más simple, pero más valiosa que lo que antes conocíamos; que solo hay dos grandes momentos:

a) La Liturgia de la Palabra, que va desde el inicio hasta la oración de los fieles, y
b) La Liturgia de la Eucaristía, que va desde la presentación de las ofrendas hasta el final.

Ambas mesas son igualmente importantes. No podemos comer con frutos la comunión, si antes no alimentamos nuestra fe con el Pan de la Palabra de Dios.

Estas dos partes, juntas y equilibradas, forman la celebración dominical, y tan importante es la mesa de la Palabra, como la mesa de la Eucaristía.

Esto nos debe ayudar a comprender lo importante que es este Ministerio de Proclamar la Palabra de Dios. La Liturgia es el servicio que la Iglesia ha aprobado para celebrar dignamente la Palabra de Dios, la Mesa de la Palabra y la Mesa de la Eucaristía.


POSTURAS Y GESTOS CORPORALES EN LA MISA

En la celebración de la Misa levantamos nuestros corazones, nuestras mentes y nuestras voces a Dios, pero somos criaturas compuestas tanto de cuerpo como de alma y es por esto que nuestra oración no está confinada a nuestras mentes, a nuestros corazones y a nuestras voces, sino que también se expresa en nuestro cuerpo. Cuando nuestro cuerpo participa en nuestra oración, rezamos con toda nuestra persona, como espíritus personificados tal como Dios nos creó. Este compromiso de todo nuestro ser en oración nos ayuda a orar con una mejor atención.


Durante la Misa asumimos diferentes posturas corporales: nos ponemos de pie, nos ponemos de rodillas, nos sentamos y también somos invitados, a realizar una serie de gestos. Estas posturas y gestos corporales no son meramente ceremoniales. Tienen un significado profundo, así, cuando se realizan con comprensión, pueden realzar nuestra participación personal en la Misa. De hecho, estas acciones representan la manera en que comprometemos nuestro cuerpo en la oración, que es la Misa.

Cada postura corporal que asumimos en la Misa enfatiza y refuerza el significado de la acción en la que estamos participando en ese momento en nuestro culto.

Ponernos de pie es un signo de respeto y honor, así que nos ponemos de pie cuando el celebrante, en representación de Cristo, entra y sale de la asamblea.

Desde los inicios de la Iglesia, esta postura corporal ha sido interpretada como una postura de aquellas personas elevadas con Cristo y que están en la búsqueda de cosas superiores.

Cuando nos ponemos de pie para la oración, asumimos nuestra estatura completa ante Dios, no con orgullo, sino con una humilde gratitud por las cosas maravillosas que Dios ha hecho al crearnos y redimirnos. Por medio del Bautismo, se nos ha dado a compartir una parte de la vida de Dios y la posición de pie es un reconocimiento de este don maravilloso.

Nos ponemos de pie para escuchar el Evangelio, la cúspide de la revelación, las palabras y las escrituras del Señor y los obispos de los Estados Unidos han elegido la posición de pie como la postura que se debe observar en este país para la recepción de la Comunión, el sacramento que nos une de la manera más profunda posible con Cristo quien, ahora gloriosamente resucitado de entre los muertos, es la causa de nuestra salvación.

En los inicios de la Iglesia, la postura de rodillas simbolizaba la penitencia: ¡la consciencia del pecado nos derrumba!

La postura de rodillas estaba tan íntegramente identificada con la penitencia que a los antiguos cristianos se le prohibía arrodillarse los domingos y durante la Semana Santa, en que el espíritu prevalecedor de la liturgia era de gozo y acción de gracias.

Durante la Edad Media, la posición de rodillas significaba que un vasallo le rendía homenaje a su amo. Más recientemente, esta postura ha venido a significar adoración. Es por esta razón que los obispos de este país han elegido la posición de rodillas para que se ponga en práctica durante toda la Plegaria Eucarística.

La posición sentada es para escuchar y meditar, de esta forma, la congregación toma asiento durante las lecturas previas al Evangelio y puede, del mismo modo, sentarse durante el período de meditación que le sigue a la Comunión.

Los gestos también comprometen a nuestro cuerpo en la oración. Uno de los gestos más comunes es la Señal de la Cruz, con la que damos inicio a la Misa, y con la que, en la forma de una bendición, ésta concluye.

Ya que debido a Su muerte en la cruz, Cristo redimió a la humanidad, nos hacemos la señal de la cruz en nuestra frente, labios y corazones al inicio del Evangelio. Sobre este tema, el Reverendo Padre Romano Guardini, un erudito y profesor de liturgia, escribió lo siguiente:

Cuando nos hagamos la señal de la cruz, que ésta sea una verdadera señal de la cruz. En lugar de un gesto menudo y apretado que no proporciona ninguna noción acerca de su significado; hagamos, en vez, una gran señal, sin nigún apuro, que empiece desde la frente hasta nuestro pecho, de hombro a hombro, sintiendo conscientemente cómo incluye a todo nuestro ser, nuestra mente, nuestra actitud, nuestro cuerpo y nuestra alma, cada una de nuestras partes en un solo momento, cómo nos consagra y nos santifica ...(Señales Sagradas, 1927).

Sin embargo, existen otros gestos corporales que intensifican nuestra oración en la Misa. Durante el "Yo Confieso", la acción de golpear nuestro pecho en el momento de formular las palabras "por mi culpa" puede fortalecernos y hacernos más conscientes de que nuestro pecado es por nuestra culpa.

En el Credo, estamos invitados a hacer una venia en el momento de formular las palabras que conmemoran la Encarnación: "fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen y se hizo hombre".

Este gesto significa nuestro profundo respeto y gratitud a Cristo quien, por medio de Dios, no dudó ningún momento en venir entre nosotros como un ser humano y compartir nuestra condición humana para salvarnos del pecado y restablecer nuestra amistad con Dios. Esta gratitud se expresa aún con una mayor solemnidad durante la Fiesta de la Anunciación del Señor y en la Navidad, en que hacemos una venia cuando escuchamos estas palabras.

Nos ponemos de pie como familia de Dios, establecida como tal por el Espíritu de adopción. En la plenitud de ese mismo Espíritu, invocamos a Dios como Padre. Después del Padrenuestro viene el Saludo de la Paz, gesto mediante el cual expresamos por medio de un apretón de manos y el saludo de la paz que lo acompaña, que estamos en paz con nosotros mismos y que no guardamos enemistad.

Este intercambio es simbólico. Compartir la paz con las personas a nuestro alrededor representa para nosotros y para ellos la totalidad de la comunidad de la Iglesia y de toda la humanidad.

Por último, en la nueva Instrucción General, se nos pide que hagamos una señal de reverencia, a ser determinada por los obispos de cada país o región, antes de recibir de pie la Comunión. Los obispos de este país han determinado que la señal que ofreceremos antes de la Comunión será una venia, un gesto por medio del cual expresamos nuestra reverencia y honramos a Cristo, quien viene a nosotros como alimento espiritual.

Además de servir como un medio en la oración de los seres compuestos de cuerpo y alma, las posturas y los gestos corporales que hacemos en la Misa cumplen otra función muy importante. La Iglesia ve en estas posturas y gestos corporales comunes tanto un símbolo de unidad de aquellos que han venido a reunirse para rendir culto como un medio para afianzar dicha unidad.

No estamos libres de cambiar estas posturas de acuerdo a nuestra propia piedad, ya que la Iglesia deja bien claro que nuestra unidad en las posturas y gestos corporales son una expresión de nuestra participación en un Cuerpo formado por las personas bautizadas con Cristo, nuestra cabeza.

Cuando nos ponemos de pie, cuando nos arrodillamos, cuando nos sentamos, cuando hacemos una venia y lo mismo cuando hacemos una señal como una acción en común, atestiguamos sin ambigüedad que somos en verdad el Cuerpo de Cristo, unidos en el corazón, la mente y el espíritu.


PARTICIPACIÓN EN EL FORO
¿Qué encuentra la Iglesia en las escrituras?
¿Qué significa “Celebrar la Misa”?
¿Qué representan las posturas corporales que asumimos en la misa?

BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA / ARTÍCULOS DE APOYO:

- Libro La Eucaristía: http://es.catholic.net/biblioteca/libro.phtml?consecutivo=536

- Carta del Papa a los Obispos sobre "Summorum Pontificum"
La Carta de Benedicto XVI a los obispos de todo el mundo sobre el Motu Proprio Summorum. Referente al misal de Juan XXIII: http://es.catholic.net/conocetufe/423/2214/articulo.php?id=32311

- Ecclesia De Eucharistia http://www.es.catholic.net/biblioteca/libro.phtml?consecutivo=19

- Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la rececpción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados que se han vuelto a casar http://www.es.catholic.net/biblioteca/libro.phtml?consecutivo=407

- Sacrosanctum Concilium (Constitución Dogmática del Vaticano II para la Liturgia) http://es.catholic.net/conocetufe/423/2214/articulo.php?id=15820

- Redemptionis Sacramentum
Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía http://es.catholic.net/conocetufe/423/2214/articulo.php?id=15820

- Dies Domini ( Carta apostólica JPLL sobre la santificación del domingo) http://es.catholic.net/conocetufe/423/2214/articulo.php?id=15821